Leyendo su primera novela

Una de mis preocupaciones como madre ha sido que mi hijo Tony sea un lector. Supongo que tiene que ver con el hecho de que a mí siempre me gustaron los libros y leer, por supuesto. Apenas supimos que estaba embarazada y ya estábamos comprando libros ilustrados y leyéndoselos antes de que naciera. También en ese tiempo leí en voz alta mucho de lo que yo leía para mí; sin pretender nada, eso sí, solo por el placer de comenzar a leerle. Así que cuando nació era natural seguir en esa senda. Y así ha sido siempre: o bien tomamos un libro y lo leemos o bien le cuento una historia que me sé bien.

Tony revisando El león, la bruja y el armario de C. S. Lewis

Tony revisando El león, la bruja y el armario de C. S. Lewis

Antes de conseguir una copia de la Caperucita Roja, solía relatársela lo mejor que la recordaba. Paralelamente llenamos su pieza de libros, que él puede tomar solo en cualquier momento, ya que están en la cabecera de su cama y nunca le he negado que tome un libro mío (o de la biblioteca), es decir, que no escuche la palabra libro y la palabra no en una misma oración. La verdad es que a Tony le encanta y es incluso un poco exagerado, no le suele bastar con un libro cada noche, sino que hace un montoncito con lo que quiere leer. Sin ir más lejos, anoche me trajo cuatro cuentos de hadas e insistió en que los leyéramos todos.

Pero una cosa es tomar un cuento lleno de hermosas y coloridas ilustraciones (aunque su contenido literario sea también increíble) y otra es leer una novela, una historia con capítulos, con varios conflictos y personajes. Como yo soy una fanática de C. S. Lewis pensé en iniciarlo con el mismo libro que comencé yo: Las crónicas de Narnia. Por supuesto, partir con El león, la bruja y el armario. Cuando era niña leí cada una de las crónicas en libros separados, pero ahora tengo un verdadero librón, que incluye las siete novelas. Es un hermoso objeto, aunque no estoy de acuerdo en que hayan arreglado las historias según la cronología interna, es decir, el libro parte con El sobrino del mago que, claro, habla de la creación de Narnia y del origen de la Bruja Blanca; pero ese libro se editó muchísimo después. Así que opté por la fecha de publicación original; además que El león, la bruja y el armario es un texto que atrapa (el libro indica que Lewis prefería que la lectura partiera con El sobrino del mago, pero no concuerdo con él).
Esta primera lectura larga resultó ser un éxito. Yo había calculado que demoraríamos diecisiete días en leer, ya que son diecisiete capítulos, pero Tony estaba tan interesado que solíamos leer dos capítulos cada noche. Esa lectura nocturna implicaba comentar las ilustraciones, plantear hipótesis y luego esperar a que el texto nos contara qué decían; explicar palabras o ideas que resultaban más difíciles, revisar cuántos capítulos faltaban por leer; también recordar algunos acontecimientos de los capítulos previos. Me encantaba escuchar a Tony decirme que siguiera leyendo, que no parara: él quería encontrar a Aslan, que liberaran a las estatuas, que derrotaran a la Bruja Blanca, que Edmund fuera bueno de nuevo. Y él ponía atención, se apenaba, se alegraba, saltó sobre la cama cuando se dio cuenta de que al fin iban a salvar al señor Tumnus. Terminado el libro pasamos toda una hora revisando las otras siete crónicas, los nombres de los personajes (ya aprendió bien quién es Rípichip) y los mapas, que lo fascinan.

Eventualmente seguiremos con Lewis, leyendo El príncipe Caspian, lo que será ideal teniendo en cuenta de que ya le encanta el personaje de Rípichip. Pero antes me gustaría ver otros autores. Yo he pensado en Las Brujas de Roald Dahl, un libro que yo misma disfruté muchísimo. En Facebook me recomendaron La isla del tesoro, otro texto que me encantó, aunque lo leí como a los diez años, creo yo. Y por supuesto, están los libros que ha escrito su abuela Alida Verdi (El niño, el perro y el platillo volador, La sociedad del diamante secreto). Pensándolo bien, no creo que tengamos problemas eligiendo libros, hay un mar de textos maravillosos y bien escritos que leer. Y él quiere que los leamos, qué mejor que eso.

Eric y el Hombre-Chancho, un cuento de John Wain

La visión que tiene mi hijo Tony de los hombres chancho.

La visión que tiene mi hijo Tony de los hombres chancho.

Sí que fueron largas las vacaciones que se tomó Bueno, Bonito y Letrado. Yo, sin embargo, no estuve realmente de vacaciones, pero eso es otra historia. Lo que sí puedo decir es que estoy contenta de escribir de nuevo para este blog y traigo un texto que había estado dando vueltas en mi cabeza harto tiempo. Durante el segundo semestre del año pasado fui ayudante de un curso de teoría crítica literaria en Letras Inglesas UC. Fue genial trabajar con Andrea Casals, la profesora de ese curso, y también poder participar en una asignatura completamente en inglés; feliz, de hecho, de haber podido hacer algunas clases en inglés. Como trabajo final, los estudiantes tenían que escribir un paper para el cual les propusimos un corpus de cuentos de entre los cuales tenían que escoger para su artículo. Uno de esos cuentos era “A Message from the Pig-Man” de John Wain. Cuando lo leí, amé el cuento y tuve ganas de escribir algo al respecto, pero preferí no hacerlo porque era uno de los relatos que podían usar los estudiantes del curso. No es que fueran lectores de mi blog necesariamente, pero, en fin, me dije que era mejor de esta manera.

El cuento se centra en la figura de un niño de cinco años, casi seis, que está pasando de llamarse Ekky (es decir, de ser tratado como niño) a usar su verdadero nombre, Eric. Y el Pig-Man, el Hombre-Chancho, es una figura misteriosa que ronda la casa: ¿un híbrido, un monstruo; un animal o un hombre? El niño no lo sabe, pero le teme, especialmente a lo desconocido, a no saber efectivamente qué es y, por lo tanto, no tener las herramientas para lidiar con él. Entonces es puesto a prueba cuando su madre le pide que tome el balde con restos orgánicos y le dé alcance al Hombre-Chancho y se lo dé.

Mi hijo Tony y sus hombres chancho

Mi hijo Tony y sus hombres chancho

Cuando lo terminé me dije que debía leérselo a mi hijo, que cumplió cinco en diciembre. No lo he hecho, porque tengo el cuento en inglés; pero sí estoy trabajando en una traducción. ¿Por qué pensé inmediatamente en mi hijo? Bueno, uno de los aspectos notables del texto es cómo la narración gira en torno a Ekky-Eric. El niño no es solo una excusa, sino que la perspectiva del relato está en él; el narrador quiere compartir su visión y, por lo tanto, su opinión del mundo adulto. Al hacerlo, Wain grafica de manera natural y sin la necesidad de decirlo literalmente, el quiebre entre el mundo de la infancia y mundo adulto; la distancia que se produce entre ambos y, por supuesto, el problema que se suscita con el lenguaje. El niño y su madre tienen un problema de comunicación básico: hablan (o entienden) distintos idiomas. Mientras el niño es directo y dice lo que piensa y lo que quiere, por lo cual no es extraño que se imagine un hombre con patas de chancho, aunque la lógica le haga desechar esa idea, después de todo, si el Pig-Man no tiene manos, ¿cómo podría llevarse el balde? La madre, en cambio, siempre prefiere lo tangencial, los eufemismos, los cambios de tono (Eric vuelve a ser Ekky cuando ella quiere remarcar que es muy niño para entender lo que pasa entre ella y su padre) y finalmente el silencio.

La posición de la madre nos habla de la posición del mundo: ver al niño como alguien que no es un ser completo, sino que un adulto en potencia y, por lo tanto, un adulto en falta, es decir, incapaz de comprender. Pero la madre no quiere decirle a su hijo que el padre ya no vivirá más con ellos y que ella tiene un nuevo novio porque ¿Eric no sería capaz de entenderlo o porque ella no es capaz de reconocer la situación? ¿O tal vez es una forma de hacerle el quite al conflicto? Y, sin embargo, a pesar del choque en la comunicación, del querer restarle voz al niño, Eric es capaz de hacerle frente al Pig-Man, a sus miedos y reconocer las preguntas que lo agobian. Es decir, aunque los adultos no le den crédito total, como se lo daría a un adulto, él no lo necesita para tomar sus propias decisiones, llegar a sus propias conclusiones y aprender del mundo.

El escritor John Wain

El escritor John Wain

Más allá de estas disquisiciones acerca del niño, su voz y su agencia (y claro que la tienen), “A Message from the Pig-Man” es una delicia de leer, tan bien escrito, fluido; pero también cómo se conforma este niño que pareciera que se puede tocar. En el caso de la madre no queda, sin embargo, como un personaje unidimensional; en su reticencia a tocar ciertos temas, la vemos también como una mujer con problemas, confundida, temerosa de remover ciertos aspectos de la vida. A todo esto, Wain era considerado parte de los Angry Young Men, denominación que se dio a un grupo de escritores británicos en la década de 1950, en que uno de los más renombrados pueda ser el dramaturgo John Osborne, quien escribió Don’t look back in anger (1956), de más está decir que ese título se transformó en un emblema que ha sido retomado una y otra vez, incluso por aquel hermano conflictivo: Noel Gallagher, quien tituló así una de las canciones de (What’s the story) Morning Glory? (1996). Otros hombres airados fueron Harold Pinter, Kingsley Amis y Alan Sillitoe. Y Wain también fue parte de los Inklings, el grupo de intelectuales de Oxford que reunía a un par de famosos: C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Por el momento solo puedo decir: ¡wow! Y seguir buscando otros textos escritos por Wain.