1.000 días sin dormir… y contando

Con Rosario

Con Rosario

No estaba habituada a no dormir. Nunca trasnoché de manera habitual: no me desvelaba para estudiar en la universidad y mi primer hijo dormía toda la noche desde muy pequeño. Pero Rosario, bueno, Rosario ha resultado ser toda una experiencia diferente. Así que ya llevo 1.000* noches sin dormir… y contando. Probablemente cuando por fin termine de escribir este texto y lo suba habrán pasado otras noches de resistir. Quienes me conocen bien saben que no me gusta edulcorar la maternidad. A pesar de lo feliz que soy con mis dos hijos, no soy capaz de olvidar los dolores y frustraciones que acarrea. Y no me refiero a esos pensamientos que en cualquier momento se entrometen de “no lo estoy haciendo lo suficientemente bien”, “no sé cómo hacerlo”, etc., es decir, esos vestigios que se cuelan desde la sociedad patriarcal cuando una no es una “madre profesional”. No, me refiero a los dolores físicos de amamantar, a las rodillas que ya no aguantan un día más de embarazo, a la tendinitis producto de hacer dormir a un bebé de ocho kilos, al tener que aguantarse toda la mañana de ir al baño, o tomar una ducha maratónica.

De momento nada se compara a esto de que cada noche a eso de las tres o cuatro de la mañana sea la hora de la Rosario. Antes (a eso de las 400 noches sin dormir), se paraba llorando en su cuna, enrabiada porque tenía hambre. Ahora que está más grande, sigue despertándose, ya no enrabiada, pero muy segura de cambiarse a mi cama. Creo que solo en tres o cuatro oportunidades ha pasado de largo, pero, en general, porque se había dormido cerca de la medianoche. Durante los primeros meses no fue tan terrible, porque yo caía dormida muy temprano, tipo 10 de la noche como máximo. Pero llega un momento que una no puede estar todo el día dentro del nido. Y mientras más deseo que Rosario se quede dormida para poder reescribir mi tesis (la que hice, entregué y defendí, muchas gracias), cocinar el almuerzo del otro día, corregir pruebas, preparar clases o completar ese artículo al que no logro ponerle fin, más tarda en dormirse. Y no me queda otra que trasnochar un poco para poder avanzar a lo que parece paso de hormiga. Y apurándome porque si no me duermo pronto, llegarán las tres de la mañana y habrá llegado una nueva hora de la Rosario.

En las largas horas de amamantar, he leído bastantes posts y artículos acerca de la depresión posparto y cómo muchas personas (léase hombres) dudan acerca de esa situación (nada peor que leer los comentarios, pero son casi un vicio). Pero, cómo no estar deprimida si no se pega un ojo durante meses; si no se descansan las horas necesarias; si de todas maneras hay que tratar de cumplir con todo; y no está aceptado que una use como excusa la maternidad, porque después de todo es algo “natural”, “normal”, por lo que “todas las mujeres pasan”. Cómo no estar triste, enojada, irritable, sensible. Cómo no sentirse rara o inadecuada, porque esas sensaciones conviven con la alegría de tener a Rosario en mi vida; porque cuando la abrazo y mi Tony se acurruca junto a nosotras pareciera que puedo hacerle frente a todo, que todo va a salir bien, que las cosas parecen perfectas.

Tal vez una de mis mayores complicaciones haya sido estar en una suerte de paz conmigo misma. Porque cuando veo cómo se me acumulan los correos electrónicos, que pretendo contestar, pero que cuando pasan a la segunda página simplemente pasan a formar parte de una zona fuera del límite que ya no recuerdo siquiera haberlos recibido (así se han pasado fechas límite para mandar propuestas de ponencia o para pagar las cotizaciones del mes); bueno, cuando eso ocurre, o cuando no puedo contestar una llamada porque finalmente logré que la Rosario se durmiera o porque por fin tengo dos segundos para cerrar mis ojos, ese sentimiento de frustración o, más bien, de intranquilidad, me volvía loca. Hoy simplemente trato de hacerlo lo mejor posible, tratando de no pensar en qué siente el otro cuando no le contesto su email (que, a todo esto, no estoy en la obligación de contestar a los cinco minutos), sino en lo que soy capaz de hacer.

Cuando comencé a escribir este texto, me había tocado una de las semanas más difíciles con Rosario enferma y empeorando, la sombra del sincicial, yo misma contagiándome y sintiéndome pésimo, y así y todo tener que corregir los últimos exámenes, consolar a la Rosario por su terror a las camillas de las consultas médicas y porque tuvo que hacerse un examen de orina, y tratar de que aquellas no fueran las peores vacaciones de invierno de mi amado Tony… y para qué seguir enumerando. No escribo todo esto porque sienta lástima de mí misma ni porque quiera que otros la tengan. Sino porque el mundo parece tan ignorante de esto, como si fuera mi culpa o la culpa de otras madres (porque nadie nos obligó a ser madres; típico que escucho eso) sentirse así. Pero no es “solo” un sentimiento (aunque lo fuera no veo el problema de que fuera solo eso). Antes soñaba con el día en que esto pasara; ahora me parece simplemente que esa es mi nueva realidad, pero que me afecta solo a mí, porque todos los demás siguen con sus vidas, con sus fechas límite, y una tiene que aguantarlo. Pero yo no quiero andar aguantando cosas; quiero que se respete el hecho de que, bueno, ya llevo más de 1.000 días sin dormir y que estoy cansada.

Mientras termino de escribir (por supuesto he escrito esto apurada, pero en varias tandas), Tony juega a Star Wars y la Rosario juega con mi taza (vacía, no se preocupen). Me encanta escucharlos, y me da risa cómo la Rosario hace que toma té, y me mira como si yo fuera la mejor. Y al mismo tiempo me da pena y se me llenan los ojos de lágrimas, y se me hace un nudo porque Tony quiere que hagamos panqueques en forma de dinosaurios y yo me voy a parar a hacerlos, porque no me detengo a ninguna hora, a pesar de que una pausa, dormir hasta tarde o una siesta despreocupada serían lejos lo que más quisiera en este momento.

 

*La primera versión que escribí de esto indicaba 414 días sin dormir, así que pueden hacerse una idea acerca de cómo es esta experiencia con el tiempo que he dejado pasar para publicar este texto.

Leyendo su primera novela

Una de mis preocupaciones como madre ha sido que mi hijo Tony sea un lector. Supongo que tiene que ver con el hecho de que a mí siempre me gustaron los libros y leer, por supuesto. Apenas supimos que estaba embarazada y ya estábamos comprando libros ilustrados y leyéndoselos antes de que naciera. También en ese tiempo leí en voz alta mucho de lo que yo leía para mí; sin pretender nada, eso sí, solo por el placer de comenzar a leerle. Así que cuando nació era natural seguir en esa senda. Y así ha sido siempre: o bien tomamos un libro y lo leemos o bien le cuento una historia que me sé bien.

Tony revisando El león, la bruja y el armario de C. S. Lewis

Tony revisando El león, la bruja y el armario de C. S. Lewis

Antes de conseguir una copia de la Caperucita Roja, solía relatársela lo mejor que la recordaba. Paralelamente llenamos su pieza de libros, que él puede tomar solo en cualquier momento, ya que están en la cabecera de su cama y nunca le he negado que tome un libro mío (o de la biblioteca), es decir, que no escuche la palabra libro y la palabra no en una misma oración. La verdad es que a Tony le encanta y es incluso un poco exagerado, no le suele bastar con un libro cada noche, sino que hace un montoncito con lo que quiere leer. Sin ir más lejos, anoche me trajo cuatro cuentos de hadas e insistió en que los leyéramos todos.

Pero una cosa es tomar un cuento lleno de hermosas y coloridas ilustraciones (aunque su contenido literario sea también increíble) y otra es leer una novela, una historia con capítulos, con varios conflictos y personajes. Como yo soy una fanática de C. S. Lewis pensé en iniciarlo con el mismo libro que comencé yo: Las crónicas de Narnia. Por supuesto, partir con El león, la bruja y el armario. Cuando era niña leí cada una de las crónicas en libros separados, pero ahora tengo un verdadero librón, que incluye las siete novelas. Es un hermoso objeto, aunque no estoy de acuerdo en que hayan arreglado las historias según la cronología interna, es decir, el libro parte con El sobrino del mago que, claro, habla de la creación de Narnia y del origen de la Bruja Blanca; pero ese libro se editó muchísimo después. Así que opté por la fecha de publicación original; además que El león, la bruja y el armario es un texto que atrapa (el libro indica que Lewis prefería que la lectura partiera con El sobrino del mago, pero no concuerdo con él).
Esta primera lectura larga resultó ser un éxito. Yo había calculado que demoraríamos diecisiete días en leer, ya que son diecisiete capítulos, pero Tony estaba tan interesado que solíamos leer dos capítulos cada noche. Esa lectura nocturna implicaba comentar las ilustraciones, plantear hipótesis y luego esperar a que el texto nos contara qué decían; explicar palabras o ideas que resultaban más difíciles, revisar cuántos capítulos faltaban por leer; también recordar algunos acontecimientos de los capítulos previos. Me encantaba escuchar a Tony decirme que siguiera leyendo, que no parara: él quería encontrar a Aslan, que liberaran a las estatuas, que derrotaran a la Bruja Blanca, que Edmund fuera bueno de nuevo. Y él ponía atención, se apenaba, se alegraba, saltó sobre la cama cuando se dio cuenta de que al fin iban a salvar al señor Tumnus. Terminado el libro pasamos toda una hora revisando las otras siete crónicas, los nombres de los personajes (ya aprendió bien quién es Rípichip) y los mapas, que lo fascinan.

Eventualmente seguiremos con Lewis, leyendo El príncipe Caspian, lo que será ideal teniendo en cuenta de que ya le encanta el personaje de Rípichip. Pero antes me gustaría ver otros autores. Yo he pensado en Las Brujas de Roald Dahl, un libro que yo misma disfruté muchísimo. En Facebook me recomendaron La isla del tesoro, otro texto que me encantó, aunque lo leí como a los diez años, creo yo. Y por supuesto, están los libros que ha escrito su abuela Alida Verdi (El niño, el perro y el platillo volador, La sociedad del diamante secreto). Pensándolo bien, no creo que tengamos problemas eligiendo libros, hay un mar de textos maravillosos y bien escritos que leer. Y él quiere que los leamos, qué mejor que eso.

Lecturas de cama

No fue esta la edición que leí de las Crónicas..., esta fue un regalo que me hicieron años después de esa primera lectura.

No fue esta la edición que leí de las Crónicas…, esta fue un regalo que me hicieron años después de esa primera lectura.

Tony me contagió su virus infantil. Pero él, que según el doctor a pesar de todo está sano como manzana, salta, se divierte y apenas tiene una tos loca; aunque estamos vigilándolo y controlando que no vaya a sentir fiebre. Yo, en cambio, he sufrido el peso del contagio. Pero no hay blancos y negros, ¿cierto?, sino una gama extensa de grises y arcoíris. El tener a mi lado una torre de libros por leer y a medio leer, me hizo recordar las veces que pasé en cama leyendo cuando era niña. Así fue, de hecho, como devoré los siete libros de las Crónicas de Narnia; seis, en realidad, ya que El león, la bruja y el ropero lo leí totalmente sana.

Hay un placer en torno al leer cuando se está metido en una cama, por obligación y porque es la única opción de guardar un poco de fuerzas y reponerse para seguir adelante. Claro que en la actualidad se pueden ver películas por televisión/cable/netflix, qué sé yo. Cuando era niña no había muchas opciones, diría yo; y si las había no eran muy atractivas. En cambio, leer siempre provee de tantas posibilidades. Tomar un libro cuando se está pegado a una cama, significa poder escapar de ella. Es una idea manida eso de comparar el viajar con la lectura, porque, aunque leer no reemplaza el viajar, sí es una forma de viajar, de salir de una misma, de conocer otros lugares, otras formas de pensar, conocer gente (personajes, claro) distinta.

Y, por supuesto, vivir experiencias. Atravesar un ropero lleno de abrigos para llegar a una tierra nevada; enfrentar un dragón; ser convertido en ratón por una bruja odiosa. Esas son experiencias fantásticas, pero también pintar una cerca, nadar en un lago, viajar en tren. No tienen que ser experiencias fuera de este mundo –aunque lo son, pertenecen al “mundo” de los libros-; no es eso lo que los hace valiosas, sino el entrar en ellas y, claro, que estén bien escritas; porque no son los excesos de fuegos artificiales los que hacen de un texto un buen libro.

Imagino que debe haber muchas lecturas que me acompañaron durante mis enfermedades. Pero las que no logro olvidar son las de las Crónicas de Narnia; recuerdo cómo me sentía (incluida la rabia de que C. S. Lewis no permitiera que Susan volviera a la Narnia post Juicio Final); la forma en que estaba organizado mi dormitorio… Es raro, pero casi me parece verme metida en la cama. En fin, solo recordé ese cariño extra o especial que me despiertan los libros que leí estando enferma.

Tengo Flores Nuevas

Tony y yo disfrutando de un poco de lectura y de sacarnos fotos, por supuesto.

Tony y yo disfrutando de un poco de lectura y de sacarnos fotos, por supuesto.

Yo sé que debe ser un lugar común, pero realmente quiero que lleguen las vacaciones. Finalmente me desocupé de la Católica, aunque estoy haciéndole unas mínimas correcciones a mi proyecto de título. Pero en la Usach recién termino el 19 de este mes, lo que será duro porque mi hijo Tony sale de vacaciones este jueves. He estado por lo menos dos semanas sin escribir en el blog y lo he echado de menos, pero he tomado tantos compromisos laborales, desde correcciones a clases, pasando por traducciones, que hay actividades que deben dejarse en pausa, para no colapsar. Porque, por supuesto hay otras actividades que no pueden evadirse, como todo lo referido a mi hijo, por ejemplo.

Debo admitir que incluso leer se me hizo difícil, porque los momentos de dedicación exclusiva y tranquila para la lectura se me hacían escasos. ¿Comenté que además tuve a mi hijo con licencia en casa? Fue una de las tantas bajas de invierno. Otros padres sabrán que ha sido duro, de hecho, en su curso eran más los niños que faltaban que los que iban a clases. No me gusta apurar la lectura que es lo que suele pasar cuando se tiene poco tiempo. Yo puedo leer muy rápido, pero siento que eso le resta mucho a la experiencia completa de ir devorando poco a poco un texto, especialmente si a una le está gustando. Entonces abrí Flores nuevas de Federico Falco (Montacerdos, 2014). Tenía referencias, las que suelen derivar en expectativas; pero, en realidad, no me esperaba cuentos tan bien escritos, delicados, incluso. El autor centra sus historias en la provincia de Córdoba, Argentina, lo que ya es interesante; salir de la capital, adentrarse en otras zonas, otras tierras, con otras formas de hablar y de narrar. Pero fue la temática intimista, que rescata el vivir cotidiano en provincia, el crecer, la familia, lo que me cautivaron. Hay algo pausado en la escritura de Falco, un ritmo diferente, que se aprecia y que hace que el mundo se detenga un poquito. Me recordó mi propia infancia en provincia, primero en Iquique y luego en Copiapó; recordé la experiencia de ese ritmo lento, en que las cosas siguen un curso lento, sin prisas, en que la vida no pasa por el lado, sino que se va viviendo paso a paso.

Los relatos son conmovedores. Primero porque son dolorosos, los desencuentros, desamores, heridas duelen; pero son más conmovedores por la esperanza que anidan: las vidas no se acaban en las tragedias, sino que siguen adelante. Me encantó, por ejemplo, en “Un hombre feliz” el intercambio de correspondencia física entre padre e hijo, en unos tiempos en que el email o, peor, el whatsapp, acapara todo; porque estas técnicas podrán ayudar en la inmediatez, pero no son capaces de suplir una experiencia como la que se narra:

“Se visitaban de tanto en tanto, pero sobre todo se comunicaban con largas cartas manuscritas, que cada uno redactaba con mucho cuidado, eligiendo las frases, atendiendo a cada adjetivo y cada adverbio como si fueran un regalo. Intercambiaban una o dos por mes. […] A la vuelta de correo Joaquín le recomendaba lecturas, incluía hojas secas de fresno y arce entre los pliegues del papel y bocetos a mano alzada de cómo se veían las cabañas en el valle o de truchas corcoveando sobre el aire del arroyo grande” (47).

Cómo no conectar con eso, de inmediato pensé en las hojas que mi hijo recoge para mí cuando recorre el patio del colegio, entre la sala de clases y la puerta de salida; que, debo mencionar, es un trayecto bastante largo. Pero si se trata de conexiones, “Cuento de Navidad” me impresionó, todo el relato familiar, los recuerdos, cómo la gente se va yendo, incluso antes de morir. Pensé en mis propios abuelos. Uno de ellos murió recién el año pasado. La misma tarde en que yo leía y me conmovía, Tony dormía a mi lado en la cama. Debió ser un sábado o un domingo. Cuando se despertó estaba muy triste, tal vez había soñado con su bisabuelo, porque lo primero que hizo fue preguntarme: “Mamá, ¿por qué se murió el Tata de la Meme?”. Quería saber dónde estaba –él, no su cuerpo- y si se lo podía visitar. Nos abrazamos y lloramos juntos un rato, hasta que la pena pasó y quedó la calma, la calidez de tenernos el uno al otro.

Flores nuevas es un gran libro, bien escrito y con una edición maravillosa. Es hermoso, fácil de leer por su diagramación, pero, además, es un gusto encontrarse con un libro bien corregido. Pero los libros pueden gustar, pueden divertir, pueden entretener, pero no hay nada como aquellos que te conmueven y remueven, te conectan y hacen saltar tus recuerdos y emociones.

Nota: Pueden leer ya mi reseña sobre Flores nuevas en Publimetro.cl. El texto es distinto, con otras reflexiones motivadas por estos hermosos cuentos.

El Pórtico ya está abierto: ¡nuevo libro!

La portada de Pórtico, de Alida Verdi

La portada de Pórtico, de Alida Verdi

¡Hola! Lo sé, he estado ausente varios días. Pero se me juntaron algunas cosas: tenía que reescribir un texto de mi proyecto doctoral y mandarlo la semana pasada y, además, volví a hacer clases a la Usach, así que estuve preparando el programa y las clases, lo que es bastante trabajo.

Pero no podía dejar pasar más tiempo, porque ¡ya salió Pórtico! Pórtico es el nuevo libro de Alida Verdi, quien no es otra que mi querida madre. Ella escribe libros para niños, como El niño, el perro y el platillo volador, que, de hecho, inspiró su blog. Con Pórtico pasa a un público más grande, ya que está pensado para adolescentes/jóvenes. Ya hablaré bien de la novela, porque primero voy a leerla como Dios manda, en la bella edición de MN Editorial que tengo junto a mí mientras escribo estas palabras. Por lo pronto, pueden familiarizarse con la portada y revisar el blog de mi mamá.

Por último debo decir que me encanta estar de regreso en mi blog.

Días de clases o de dónde proviene una investigación

En el primer día de colegio de Tony

En el primer día de colegio de Tony

Este semestre soy ayudante de un curso de metodología de la investigación en la Facultad de Letras donde hago mi doctorado. La semana pasada tuvimos la primera clase, en la cual –entre otros temas- hablamos acerca del objeto de estudio. Se trata de algo clave en el curso, ya que los estudiantes deben hacer una mini investigación para la que claramente deben escoger, limitar y enmarcar un objeto de estudio. ¿De dónde provienen los temas de investigación? No puedo hablar por los demás, pero en mi caso se trata de elecciones muy personales. Cuando estudié periodismo, hice mi investigación de seminario sobre la metáfora en reportajes sobre la muerte de Kurt Cobain. Por un lado, siempre me han apasionado las metáforas y, por otro, era la época de Nirvana. Nevermind salió unos años antes de que entrara a la universidad y Cobain murió creo que cuando estaba en segundo año. Había leído los reportajes, el especial de la Rolling Stone de un amigo, la biografía de Nirvana de Michael Azerrad Come as you are, así que por qué no dedicarle a Cobain mi investigación para recibir el título de periodista, además que había unas hermosas piezas de escritura para analizar.

Creo que fue la experiencia laboral la que me llevó a elegir más tarde desde el punto de vista del género, privilegiando la escritura de mujeres. Llevé eso más allá cuando junto con mi embarazo opté por escribir sobre escrituras con tinta de leche (materna, se entiende). Y cuando nació mi hijo, creo que fue de lo más natural sentir la necesidad de estudiar las representaciones de infancia. He leído textos interesantísimos sobre la visión que tenemos de niños y niñas, que me han hecho mirar con ojos nuevos mi relación con Tony, mi hijo. Así que mi objeto de investigación (expuesto aquí en lo general, sin el marco en el que he estado trabajando ya durante meses) nació de mi propia experiencia. De hecho, cuando leo algo sobre niños (teórico o literario) mi mente vuela sola hacia mi hijo: comparo con su comportamiento, las cosas que me dice, lo que prefiere hacer, etc.

Así como yo he tenido mis primeros días de clases, Tony también ha tenido los suyos. El martes de la semana pasada tuvo su primer día de colegio, qué larga ruta se le viene encima y a él lo que más le preocupa de momento es el tamaño de su colación. No puedo negar que me preocupo, que pienso en lo pequeño que es y lo inmenso que puede parecer un colegio; aunque creo que él sabe llevar la vida mucho mejor de lo que yo lo hago, pero cómo no dejarlo tomar sus propias decisiones, de que dé su opinión en los temas que le competen –y en otros, claro-, cómo darle independencia, si teóricamente mis estudios me han llevado hacia allá: a considerar al niño como un ser en sí mismo y no como una prolongación mía. En esta nota me parece complicado separar la crianza de mi hijo con la crianza de mi investigación, van muy de la mano, y me gusta que así sea, que pueda estar en sincronía mi labor académica y mi vida familiar.

Lecturas de largo aliento

libros_grandesHe escuchado la versión de que hoy en día los libros son más bien cortos por un tema económico. Son más fáciles de producir y de vender. De los libros que tomé el año pasado la mayor parte eran, de hecho, cortos. Pero hubo algunas excepciones. La primera fue Leñador de Mike Wilson (pueden leer mi reseña en 60 Watts aquí). Y, de hecho, tuve que dedicarle varias semanas a la lectura. Porque, para ser sincera, las actividades diarias atentan un poco contra una lectura de largo aliento calmada y concentrada. En mi caso gran parte de las interrupciones vienen desde mi hijo. Acaba de cumplir cuatro años y, aunque le gusta que nos sentemos a leer juntos –cada cual sus libros- él no quiere que lea cien páginas de un tirón.

Durante el final de año traté de concentrarme en la lectura de La liberación de José Antonio Rivera (la reseña se publicará próximamente). Pero estaba con muchas correcciones de textos, además del resto de la vida. No había publicado en el blog, porque estaba de vacaciones en la playa. Aproveché la oportunidad para llevarme el libro –que tiene unas 600 páginas-, y lo leí en pocos días, concentrada y relajadamente. Increíble lo que significa estar sin preocupaciones de trabajo y estudio por algunos días. Además del tiempo que se va en traslados, aunque yo soy de las que leen en el metro; pero si una maneja, ya es otra cosa.

A mí me gustan los libros gordos y los flacos. No creo que necesariamente a más número de páginas la calidad sea mejor ni que los textos breves sean simples; me parece que ambas posturas son reduccionistas y que, al final, solo se puede evaluar libro a libro, lectura a lectura. Lo único que me parece es que muchas páginas requieren de más momentos de tranquilidad. Pero el asunto entonces no es la lectura, sino qué ocurre en nuestras vidas que a veces esos momentos escasean. Lo que sí puedo decir es que es muy grato tomar un libro grande e ir pasando sus páginas sin prisas hasta que lo dejo con la tapa hacia abajo porque lo terminé y disfruté. Dicho eso, tengo todavía un par de textos bastante largos que esperan su turno, es de esperar que este sea –ojalá- un año más tranquilo que el pasado.

¡Feliz cumpleaños Bueno, Bonito y Letrado: un año escribiendo!

primer_aniversario_bueno_bonito_y_letradoEn enero de 2013 comencé con este blog. ¡Feliz aniversario! Atrasado, porque la primera entrada original fue el 19 de enero del año pasado. Se trató de una pequeña nota titulada “Presentándome”. Había otras entradas también, algunos artículos antiguos que había subido para que el sitio no se viera pelado. Entre que me cuesta recordar los aniversarios –quiero decir, las fechas exactas- y que había tenido unas pequeñas vacaciones de escritura, esta entrada se fue postergando. Y me interesaba hacerla, porque estar un año escribiendo en forma constante no es menor. Además se trataba (se trata) de un proyecto personal, una oportunidad para escribir de lo que me interesaba, de la forma que me interesaba. Así han ido apareciendo las distintas entradas de este blog Bueno, Bonito y Letrado, a partir de mis lecturas y mis experiencias; de mi vida familiar y profesional; de conversaciones y momentos de reflexión solitaria.

Asimismo, llevo casi un año escribiendo reseñas en el sitio web de Publimetro. Partí con una crítica del libro ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson; fue un libro que me llegó hondo, justamente por esta necesidad de escribir. Esa primera reseña apareció el 22 de marzo de 2013, pero su génesis estuvo en este mismo blog, donde semanas antes había escrito otra nota sobre el mismo libro.

Así que ha sido un año lleno de lecturas y escrituras. También de estudio. Di mi examen de candidatura y me convertí en candidata a doctora en Literatura de la Universidad Católica. Después de eso preparé mi proyecto de título y estoy en esa etapa todavía. Para esto, también hubo lecturas, conversaciones y más escritos. Todo eso, por supuesto, como parte de una jornada en que soy también madre y esposa (escribo esto después de haber logrado que mi pequeño Tony se durmiera). No podría decir que soy algo más que lo otro. Soy todo eso y al mismo tiempo: estudiante, escritora, madre, esposa, mujer, y, claro, lectora. Esa combinación era la que quería dar vuelta en este blog y lo he estado haciendo durante un año ya y ha sido una experiencia excelente. Por lo tanto, aquí voy por otro año más en Bueno, Bonito y Letrado. ¡Los invito a acompañarme!

Yo escribo, tú escribes, cada uno a su manera

escribir“En vez de hablar directamente a la página, hacía segundos y terceros borradores. En mi modesta opinión, mi columna se había convertido en un servicio público vital. Me levantaba por la noche para borrar párrafos enteros y trazar flechas y bocadillos en medio de las páginas” (19). Así dice Serena, la narradora de Operación Dulce, libro de Ian McEwan que estuve leyendo para mi columna de libros en el diario Publimetro (leer reseña aquí). Serena también hace reseñas de libros; al principio se sienta y vierte todo lo que tiene en la cabeza en el papel. Pero luego comienza a tomárselo más en serio y escribe y reescribe.

Eso me hizo pensar de inmediato en la forma en que escribo. Además justo esta semana había estado conversando de eso con una amiga, Bernardita. Reflexionando bastante sobre el asunto, creo que hay distintas maneras de escribir. En este blog suelo sentarme a escribir sin pensar mucho en forma previa, tal vez solo el tema. Por supuesto, cuando hago una interpretación o una lectura poética, ya ha habido mucho pensar involucrado, pero me refiero a las entradas más personales. Cuando escribo las reseñas de libros, suelo pensar en una estructura y después escribir de manera más bien suelta. Aunque después releo y siempre hago cambios; a veces pequeños; otras, más importantes.

Es diferente cuando se trata de escrituras académicas. Anoto citas, ideas, y escribo una y otra vez tratando de dar con el texto perfecto. Ya sea un artículo o una ponencia, las revisiones, correcciones y reescrituras son inevitables para mí.

Hay una última aproximación a la escritura. Cuando leo novelas, cuentos, para la columna, voy marcando las citas que me interesan, que me gustaron o que definitivamente pienso poner en el texto. Algo similar sucede en los textos académicos. Pero en estos últimos, además, que voy trabajando en períodos más largos que la columna de libros, escribo mucho a mano. Tengo una libreta en la que anoto ideas que quiero incorporar y a veces párrafos que termino copiando textualmente. Y cuando la libreta no aparece a tiempo, un post it (o varios) cumplen perfectamente con lo requerido, simplemente un espacio donde volcar todo eso que ronda por mi cabeza.

Viajeras

El afiche del Congreso von Humboldt 2014.

El afiche del Congreso von Humboldt 2014.

Ayer participé en el VII Congreso Internacional e Interdisciplinario en Homenaje a Alejandro de Humboldt, Claudio Gay & Ignacio Domeyko (o Congreso von Humboldt, que es más manejable). Por supuesto, uno de los principales intereses del evento tiene que ver con los viajes y los viajeros. Yo participé en la mesa “Mujeres en viaje del siglo XIX a nuestros días” con una ponencia sobre Gabriela Mistral, quien, de hecho, era la viajera más reciente de la mesa, por lo cual eso de “hasta nuestros días” no resultaba muy preciso. Hubo otras mesas sobre viaje y mujeres a lo largo del congreso, en que se habló de visiones del otro, construcción de la imagen del mundo oriental, escritura fuera de la norma, y de figuras como Eduarda Mansilla y María Graham. La conferencia magistral de Lucía Guerra también tuvo que ver con el tema: “Nociones de la otredad en viajeras del siglo XIX”. Al escuchar las ponencias, me daban ganas de emprender viajes propios, pero también de seguir estudiando el tema, lo que llevo haciendo desde hace algunos años, incluyendo una investigación con Lorena Amaro, titulada “Espiritualidad y mirada viajera de tres peregrinas chilenas: Amalia Errázuriz, Inés Echeverría y Violeta Quevedo”.

En cuanto a mi ponencia para el congreso, la titulé “Paisaje, hogar y visión de sujeto en ‘El paisaje mexicano’ de Gabriela Mistral. Eso fue, creo, hace más de un año, cuando mandé mi propuesta. A medida que avanzó la escritura y reescritura, porque seguía descubriendo datos nuevos, creo que en vez de sujeto debería haber puesto cuerpo. “El paisaje mexicano” es un brevísimo texto de 1922 que Mistral escribió cuando estaba viviendo en México, invitada por Vasconcelos para participar en la reforma educacional. Es un texto hermoso, en que la poeta no se dedica solo a describir un paisaje nuevo que la maravilla, sino a exponerse a sí misma a través de esa descripción, en la que no importa solo cómo son los escenarios en México, sino cómo se sienten en términos personales.

El texto de Mistral me ayudó a reencontrarme con un poema de Desolación que apenas recordaba “El Iztlazihuatl”, del cual dejo aquí unos pocos versos como cierre de esta nota. En cuanto a la ponencia, creo que quiero revisarla y depurarla todavía un poco más.

El Iztlazihuatl mi mañana vierte;

Se alza mi casa bajo su mirada,

que aquí a sus pies me reclinó la suerte

y en su luz hablo como alucinada.