Bridget Jones viuda

La portada de Bridget Jones. Mad about the boy.

La portada de Bridget Jones. Mad about the boy.

No me cuesta imaginarme a Bridget Jones viuda, pero sí con dos hijos. Pienso en esos pobres niños criados desde la neurosis del personaje de Helen Fielding. La semana pasada el Sunday Times publicó un extracto de la tercera novela sobre Jones y se descubría que Mark Darcy ha muerto y que Bridget ¡ya en sus cincuenta! es una viuda con dos hijos que debe salir adelante.

En realidad, cuando se anunció que iba a aparecer una tercera entrega, me preguntaba cuál sería la crisis en torno a la cual giraría el relato, aunque debo admitir que imaginaba al señor Darcy separado y no muerto. De todas formas, no podía ser que después del final feliz del segundo libro, un tercero se convirtiera en una novela sobre la maravillosa vida de casados de Bridget y Darcy, después de todo el humor de estas novelas surge desde la inadecuación de su personaje central, y no de su paz con el mundo. Pienso, incluso, en Orgullo y Prejuicio: no tendría mucho sentido escribir una historia con lo que pasó después del matrimonio de Elizabeth Bennet y el señor Darcy original. De hecho, el libro en que se aborda ese matrimonio años después –La muerte llega a Pemberley de P. D. James- no es sobre la vida color de rosa del matrimonio, sino sobre un asesinato ocurrido en sus terrenos (más sobre Orgullo y Prejuicio en este post antiguo).

He leído que algunas fanáticas han despotricado en contra de la decisión de Fielding, aunque me pregunto si eso es porque cuando se lleve al cine no estará Colin Firth. Yo, en realidad, no soy una gran fanática de las películas, pero disfruté muchísimo esos dos libros, divertidos y ágiles (aunque creo que tendría que repasarlos para escribir algo más profundo). Volviendo entonces a la decisión, apoyo a Fielding, quien obviamente tiene el derecho de escribir lo que quiera, y espero leer pronto Mad about the boy.

 

El universo de las madres literarias

madres_literarias2Escribí esta columna originalmente para el sitio web de Publimetro, pero ya que hoy fue el día en que recibí desayuno en la cama, y le llevé a mi propia madre un exquisito pastel de Las Palmas, decidí recomponerla para mi propio blog hoy. Lo que hice fue buscar algunas madres literarias, de variados orígenes y cualidades; de hecho, algunas no son lo que una quisiera tener por madre, aunque son excelentes como personajes literarios.

Para comenzar la señora Bennett, la desesperada madre de la novela Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. La madre de las Bennett se ridiculiza constantemente y a sus hijas también, tratando de casarlas lo mejor y más rápido posible. Su inclinación por la más frívola, Lydia, no ayuda en que una la aprecie. Sin embargo, después de las muchas lecturas que he hecho del libro, esta madre también genera un grado de compasión y empatía, teniendo en cuenta los hechos: la familia Bennett está formada solo por hijas, por lo cual, al morir el padre, perderán la herencia. Casar a las hijas es la única manera de asegurarles el futuro.

Otra madre de puras hijas es Marmee, o la señora March de Mujercitas de Louise May Alcott. Mientras la señora Bennett es estridente y se expone completamente, Marmee es contenida, un refugio para sus hijas y también un ejemplo para ellas: “Abajo se aclaró la borrasca cuando la señora March volvió, y después de escuchar lo sucedido, hizo comprender a Amy el daño que había hecho a su hermana”.

Hablando de madres ejemplares, en la serie de Harry Potter hay varias que destacan. Para comenzar Lily, la madre del protagonista, personaje que aparece más que nada en recuerdos, es la madre por excelencia, que protege la vida de su hijo con la suya propia. También habla del dolor de la madre ausente. En tanto, la madre siempre presente es la señora Weasley, mamá del mejor amigo de Potter, Ron. Molly Weasley tiene siete hijos, y amor para ellos y más, ya que adopta emocionalmente a Harry.

Una madre inolvidable se encuentra en mi texto dramático favorito, Hamlet de William Shakespeare. Gertrudis es la madre cuestionada por el hijo, acusada por seguir adelante con su vida, es decir, por casarse con el hermano del esposo muerto. El gran problema de Gertrudis es tratar de tapar el sol con un dedo, y no reconocer cómo todo se va degradando a su alrededor. Una de sus líneas: “¡Oh, Hamlet, no digas más! ¡Me haces volver los ojos alma adentro, y allí distingo tan negras y profundas manchas, que nunca podrán borrarse!”.

Finalmente, quiero recordar un texto genial, bien escrito, divertido, con uno de esos protagonistas que dan vergüenza ajena, La conjura de los necios de John Kennedy Toole. La señora Reilly vive con su hijo Ignatius, el personaje central, de más de treinta años, un verdadero niño crecido que no entiende mucho del mundo. Ella tal vez entiende, pero prefiere desentenderse, después de todo lidiar con Ignatius no es un tema menor. Otra cita: “La señora Reilly contempló la cara enrojecida de su hijo y comprendió que se desmayaría muy satisfecho a sus pies solo para ratificar sus palabras. Ya lo había hecho otras veces. La última vez que le obligó a acompañarla a misa un domingo, se había desmayado dos veces camino de la iglesia, y otra vez durante el sermón, de pura flojera, cayéndose del banco y provocando un incidente de lo más embarazoso”.

Como bonus del blog, otra madre del tipo terrible, la del libro ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, del cual escribí la siguiente columna.

Feliz aniversario, Lizzie Bennet

blog_oyp_01No recuerdo mucho acerca de la primera miniserie que vi basada en Orgullo y Prejuicio. No, no era la clásica con Jennifer Ehle y Colin Firth, sino una versión anterior. Lo que sí recuerdo es que fue la causante de que tiempo después fuera la dueña de una hermosa edición de tapa dura verde del libro de Jane Austen. Por supuesto, luego vi la versión famosa –en variadas oportunidades- y la más reciente adaptación cinematográfica con Keira Knightley, también en variadas ocasiones. Sin embargo, ninguna de esas adaptaciones se aproxima al placer de la lectura de Orgullo y Prejuicio.

Jane Austen es una de mis autoras de cabecera y Orgullo… es, sin duda, mi favorita, tanto así que cuando en clases de Literatura Comparada un profesor preguntó qué libro salvaríamos para la posteridad –o una pregunta muy similar a esa- yo la escogí sin dudarlo. Claramente para esta elección combiné factores que llamaría neutros, como la calidad de su prosa, la construcción de los personajes, el manejo de la tensión, etc.; y afectivos, por ser el primer libro de Austen que leí, y porque cada vez que formo en mi mente esas tapas verdes con letras doradas, siento una mezcla de placer y calma.

Pienso en los 200 años que cumple el libro, y me impresiona su escritura. Está claro que las condiciones de la mujer no son las mismas, pero un personaje como Lizzie Bennet, independiente y que se atreve a expresar su opinión, sigue vigente. Así será hasta que la igualdad de géneros sea más real, y una deje de cumplir todos los roles, en vez de elegir los roles que quiere cumplir, y además ser la que gana menos en la pega o que es mirada por los demás hombres en la mesa de reuniones para que se levante a servir el café a todos.

Por supuesto, Orgullo y Prejuicio tiene una historia de amor: la de Lizzie Bennet y Mr. Darcy. Pero también tiene un humor impecable, que hace que personajes como la señora Bennet sea soportable y también una situación de injusticia social y de género inesquivable: el hecho de que las hijas no puedan heredar a la muerte del padre y, en vez de eso, deban quedar a merced de la bondad del único heredero hombre, quien, de hecho, podía ser finalmente un pariente lejano. Así puede entenderse la desesperación de la madre de las cinco Bennet de casar a sus hijas, lo que se convertía en la única manera de asegurarles el futuro. Esta preocupación se encuentra también en otro texto maravilloso de Austen, Sensatez y Sentimientos, en el que efectivamente cuando el padre muere las mujeres (la madre y las tres hijas) deben buscar un lugar que puedan pagar cuando el heredero, hijo del primer matrimonio del padre, decida que cuando en su lecho de muerte el padre le pidió que no dejara desprotegida a su familia, en realidad, le estaba pidiendo que de vez en cuando viera cómo lo estaban pasando.

blog_oyp_02Austen utiliza el humor como una manera de incluir la crítica social en sus textos. Pienso en el personaje de Lizzie nuevamente, no solo es inteligente, sino mordaz, solo así puede rechazar la propuesta de matrimonio que le hace su primo el señor Collins, con la cual no solo salvaría su propio pellejo, sino el de toda la familia, después de todo, la herencia quedaría entre amigos. Es imposible no preguntarse si realmente había mujeres que podían darse el lujo de decir que no, como lo plantea su amiga Charlotte Lucas: siendo ya una carga para sus padres, no podía despreciar una oportunidad para llevar una vida decente. El humor de Austen no es inofensivo ni destinado a entretener a sus lectores. En el libro Laughing Feminism: Subversive Comedy in Frances Burney, Maria Edgeworth, and Jane Austen, la autora Audrey Bilger, muestra cómo los críticos trataron de bajarle el perfil al humor de Austen porque ante los lectores victorianos debía resguardarse todavía la feminidad de la mujer, claramente el humor no era indicado como parte del carácter de una mujer femenina. Sin embargo, estaba Austen y otro grupo de mujeres novelistas, que mostraban la opresión sexista a través del humor. Dice Bilger: “El humor feminista, entonces, codifica un mensaje importante sobre la relación de las mujeres con la ideología dominante. Incluso si las reglas para una conducta femenina apropiada requerían una modesta sumisión a la autoridad masculina, las mujeres que podían verse a sí mismas como ‘cuerpo lesionado’, como Austen califica a los novelistas en Northanger Abbey (37), podían también aprender a reír como un grupo frente a las imposiciones del poder masculino” (33).

Con esto del humor, se me vienen dos ideas a la mente. Primero es un libro de Austen escasamente conocido, pero que me resulta siempre entretenido de leer, Lady Susan, particularmente porque la protagonista Lady Susan no es una heroína, sino una de esos detestables personajes secundarios que andan maquinando en contra de los demás en sus otros libros: tomar a la malvada –como bien podría ser una Caroline Bingley- y convertirla en el centro, se inserta también en ese humor crítico y denunciante. La segunda idea es otro libro La muerte llega a Pemberley, escrito por P. D. James, quien interviene el mundo de Orgullo y Prejuicio con un asesinato, en que la misma Lizzie es sospechosa. James también sabe de humor, y no deja de ser atractivo ver cómo pinta a los personajes de Austen desde otro punto de vista, poniendo, incluso, en duda que Lizzie esté realmente enamorada de Darcy, como serían los comentarios maliciosos de los vecinos y conocidos, sino más bien de su acaudalada renta.

Finalmente, cómo no celebrar estos 200 años de Orgullo y Prejuicio releyendo el libro. Lo tengo listo para agarrarlo después de que termine Pemberley. Ah, y para fanáticos como yo, me encanta la película El Club de Lectura de Jane Austen, aunque no esté de acuerdo con todo lo que sus personajes opinen de mi libro de cabecera. Acabo de googlearlo y veo que el título de la película en castellano es Conociendo a Jane Austen, equivocadísimo, pero puede ayudar a algún interesado a buscarla.

PS: Mi edición de Orgullo y Prejuicio es de 1984 y al parecer no estaba todavía de moda en español, ya que es una versión en que Lizzie Bennet es Isabelita Bennet y su hermana se llama Juana. La leí por primera vez cuando tenía doce años y supongo que en ese entonces pesaba más lo divertido y la historia de amor.