Animales chilenos, Claudio Gay, aprender y volver

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Interior del libro «El cuaderno perdido de Claudio Gay», parte de una colección de libros para niños.

Uf, hace meses que no escribía para Bueno, Bonito y Letrado. Estoy a pocas semanas de dar a luz y, para ser honesta, este segundo embarazo me asaltó. Después de meses de náuseas y poco ánimo (cumplir con la universidad y el trabajo, y mi primer hijo, se llevaban toda la energía), he decidido que no podía seguir así. Porque si hay algo que he echado de menos ha sido este blog (he aquí el “volver” del título).

Cuando vi en el sitio de Memoria Chilena la invitación para ir al lanzamiento del libro El cuaderno perdido de Claudio Gay, me prometí hacer todo lo posible por ir. Y no solo porque fueran a regalar el texto a los niños y niñas presentes. Así que el último día de abril, mi esposo, mi hijo Tony y yo partimos en el metro rumbo a la Biblioteca Nacional y tuvimos una mañana excelente. Primero en el lanzamiento y luego visitando la muestra de ilustraciones botánicas. Esta exposición es, de hecho, un imperdible; se pueden ver trabajos fechados a partir de 1579 en adelante. La muestra incluye un puzle de cubos gigantes con ilustraciones botánicas. Mi Tony se fue directo a tratar de armarlo, organizándose al momento con otros niños y niñas que querían hacer lo mismo.

Durante la presentación del libro.

Durante la presentación del libro.

Ahora sobre el libro. Cuando le dije a mi hijo Tony acerca de este libro él estaba emocionadísimo. Y claramente no era el único. Cuando llegamos a la biblioteca (unos pocos, pero muy pocos, minutos después de iniciado el lanzamiento) descubrimos que estaba llenísimo; lleno de padres y abuelos con sus hijos y nietos participando de una actividad en que los niños y niñas pudieron asistir a una conferencia en que se les habló acerca de los animales chilenos; una oportunidad en que, además, pudieron preguntar acerca de esos mismos animales.

El libro es parte de la colección dedicada a niños que inició la biblioteca y no se trata exactamente de un cuaderno de Claudio Gay perdido, encontrado y publicado; lo que supongo habría supuesto mucho más ruido. Pero sí reúne ilustraciones de Gay, agrupadas según el hábitat de los animales: tierra, agua, aire. Aparecen, entre otros, vizcachas, pudúes, huemules, caracoles, merluza, sapos, mariposas y el pájaro de siete colores, que maravilló a Tony. A cada especie se le otorgan dos páginas con distintas, hermosas, ilustraciones de Claudio Gay. Cada entrada es acompañada además de textos que buscan, por un lado, profundizar en las características de los animales y de su hábitat y, por otro, inspirar a través de la lectura. No se trata de oraciones planas ni asépticas; sino de textos bien concebidos, poéticos, que no solo hablan de ciencia, sino de vida; de aprender y conocer, pero también de amar. Y no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que la autoría de los textos corresponde a la escritora María José Ferrada (Niños, Un mundo raro, El árbol de las cosas, Notas al margen).

Tony retirando su ejemplar de "El cuaderno perdido de Claudio Gay"

Tony retirando su ejemplar de «El cuaderno perdido de Claudio Gay»

La manera en que está conformado el libro, entonces, no convierte su lectura en una mera cita de estudio. Aunque no lo descarta. De hecho, diría que la aproximación es más completa; ya que logra captar que el aprender no es solo un asunto intelectual, sino que involucra las sensaciones, los sentimientos. Conocemos a través de los datos y las informaciones, pero también a través de la forma en que esos contenidos son transmitidos. En ese sentido me parece hermoso que los editores abracen esa aproximación más orgánica. Y en que el arte no queda fuera de la ecuación. Así que no es de extrañar que en la noche Tony se vaya a la cama con la lectura de El cuaderno perdido de Claudio Gay. Él ha ido eligiendo sobre qué animales quiere leer primero. Observamos y comentamos las ilustraciones; y leemos los textos. Todo le produce nuevas preguntas o nuevos comentarios. Goza con las palabras y los dibujos; y también analiza y compara los animales. En el caso de los caracoles, recordó cuáles le parecía haber visto; y quedó totalmente prendado de la descripción que se entrega de uno de ellos, asemejándolo a las torres de un castillo. Como también le causó desazón saber que ese preciso espécimen estaba extinto (lo que de paso sirvió para hablar acerca del tema de la extinción de los animales; tópico que estamos tocando cada cierto tiempo).

Tony y yo en la exposición de ilustración botánica

Tony y yo en la exposición de ilustración botánica

Para concluir, se trata de una edición pequeña, con una portada muy austera; lo que se encuentra adentro es el tesoro. Muy bien impreso y diagramado; con papel de buena calidad. Con un trabajo así, ya espero cuál será el tercer título de la colección para niños. Para los que se quedaron sin un ejemplar o no se enteraron de esta actividad, el libro también se puede descargar desde el sitio Chile para niños (iniciativa que nació a partir de Memoria Chilena).

Tony y el equipo de armadores de puzles

Tony y el equipo de armadores de puzles

Horacio Salinas y sus recuerdos de Inti-Illimani

Portada de La canción en el sombrero, de Horacio Salinas

Portada de La canción en el sombrero, de Horacio Salinas

Canción en el sombrero. Historia de la música de Inti-Illimani es el título completo de este libro de Horacio Salinas. Y en realidad, es un nombre muy acertado, por cuanto el músico repasa concienzudamenrte cada disco sacado por Inti-Illimani, destacando ciertas piezas, recordando anécdotas e historias de las grabaciones, y luego del Inti-Illimani Histórico. Pero no es un libro para expertos en música, Salinas no habla en un lenguaje técnico-musical, sino que más bien quiere que, como lectores, lo acompañemos en un paseo por su historia, la de él y la del Inti. Para eso se atrevió a meterse en la escritura, usando solo sus dedos índices para repasar sus primeras clases de acordeón cuando tenía siete años, cuando la familia dejó Lautaro para vivir en Santiago, el afortunado abandono de una guitarra en casa. Es una historia de cómo fue aprendiendo, de quiénes fue aprendiendo, de las verdaderas clases que le daba Luis Advis; del encuentro y colaboración con el guitarrista John Williams. También la historia de cómo se fue formando Inti-Illimani y cómo los pilló el golpe de Estado de 1973 durante una gira por Europa. Ese día 11 de septiembre estaban visitando el Vaticano: “Algo pesado y denso en el pecho me tocó sentir en esos momentos y un pensamiento de extravío me paralizó” (84).

Aunque el libro está dividido en capítulos más bien epocales, como el establecimiento de la Nueva Canción Chilena o el exilio, lo interesante es que los subtítulos llevan en general el título de un disco, en que el músico recuerda cómo surgieron las composiciones y los arreglos, pero también ciertas dinámicas del grupo. Es hermoso el apartado sobre Palimpsesto (1981), por ejemplo, y también melancólico, cuando recuerda que coincidió con el reconocimiento de que debían dejar de pensar en su estadía en Italia como algo provisorio, ya que no veían que fuera posible volver a Chile: “Ya no podíamos mantener nuestras maletas alertas para el regreso y había que pensar en acomodar la casa, quitarle lo provisorio” (116).

Sobre la ruptura de Inti-Illimani, a lo largo del libro va dejando pistas –a veces totalmente explícitas-, que tienen que ver con la dinámica del grupo y desacuerdos por el la forma en que algunos trabajaban; llega a decir al respecto que él volvía a grabar ciertos instrumentos –interpretados por otros-. Lo que plantea es que no todos tenían el mismo empeño en que las grabaciones quedaran perfectas. Sobre la ruptura propiamente tal y el proceso judicial que los llevó a ponerse el apellido histórico, Salinas dedica pocas páginas.

En La canción en el sombrero, Salinas no solo plasma el proceso de creación de arreglos y composiciones, sino también da cuenta de una época, de varias épocas, en realidad, pero de una forma tangencial que tal vez lo hace más interesante. Asimismo es un documento que deja parte de la historia de Inti-Illimani en el papel, y digo parte, porque esta es la particular visión de Horacio Salinos, sus recuerdos, lo que convierte al libro en un texto escrito con emoción.

Salinas, Horacio. La canción en el sombrero. Historia de la música de Inti-Illimani. Santiago: Catalonia, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

“El océano al final del camino”, de Neil Gaiman

El océano al final del camino, de Neil Gaiman

El océano al final del camino, de Neil Gaiman

Lo primero que diría sobre El océano al final del camino de Neil Gaiman es que me gustaría estar leyéndolo todavía. Debo haber tardado dos días en su lectura, porque es un libro que no se quiere dejar escapar, pero me ha dejado la ansiedad de querer seguir leyendo, de saber más, de ir más allá del final, que –sin contarlo- puedo decir que más que un final definitivo y cerrado, es un símil de la vida: no acaba hasta que la abandonamos para siempre, hasta ese momento cada vivencia por pequeña que sea mantiene la historia viva.

El relato nos presenta a un hombre que vuelve a su tierra natal en Sussex, Inglaterra, para un funeral. Camino a casa de su hermana, decide detenerse en la granja Hempstock, donde vivía Lettie, una amiga de la infancia a la que conoció cuando él tenía siete años. A medida que recorre la casa de los Hempstock hacia el estanque que quedaba en la parte de atrás, va introduciéndose en su infancia, volviendo a tener siete años, volviendo a recordarlo todo, porque pareciera que parte del hacerse adulto es ir olvidando. El todo que recuerda es un cuento de hadas hermoso, en el que no es que todo sea posible –porque en realidad no lo es-, sino que el autor va construyéndolo capa por capa, ligando de manera perfecta lo que llamaríamos realidad y fantasía, a tal punto, que es un tejido tan coherente que una simplemente se deja llevar y lo disfruta.

He visto una discusión en internet acerca de si es un libro para niños o para adultos, pero creo que es un debate vacío o sin importancia, no le impondría edades, aunque sí me daban ganas de ir leyéndoselo a mi hijo de cuatro años, él adoraría ciertos pasajes, como el siguiente: “Miré hacia abajo: el peludo zarcillo que tenía a mis pies era completamente negro. Me agaché, lo agarré firmemente por la base, con la mano izquierda y tiré. Algo salió de la tierra y se giró con furia. Sentí como si se me hubieran clavado una docena de diminutas agujas en la mano. Le sacudí la tierra, me disculpé y se me quedó mirando, más desconcertado y sorprendido que furioso. Saltó de la mano a mi camisa, lo acaricié: era una gatita, negra y brillante […]” (65).

Me interesa la representación de infancia en la literatura. En este caso me cautivó un poco cuando el narrador reconoce “No fui un niño feliz, aunque en ocasiones estaba contento” (27), ya que rompe con el estereotipo de la infancia como un paraíso perfecto y perdido. Tampoco nos encontramos con otros clichés como el del niño ignorante. De hecho, la amiga Lettie lo sabe todo o podría conocerlo si así lo quisiera, en cambio, dice: “Sería muy aburrido saberlo todo”. En ese sentido, esta es una historia de crecimiento, de aprendizaje, pero también de dejar ir para poder seguir adelante. Y tal vez esa es una de las mayores complicaciones, cómo distinguir el momento en que tienes que dejar atrás ciertas cargas y quedarte con otras.

Como decía, me gustaría seguir leyéndolo, pasar más días en la granja Hempstock, sus prados dorados, su luna llena y su océano al final del camino.

Gaiman, Neil. El océano al final del camino. Chile: Rocaeditorial, 2013.

“Bajo la misma estrella” de John Green

Bajo la misma estrella, de John Green

Bajo la misma estrella, de John Green

Quizás a estas alturas muchos ya saben de qué se trata Bajo la misma estrella. Después de todo, ha sido un éxito –en el inglés original y sus traducciones- y ya anda dando vueltas el tráiler de su adaptación al cine. Yo misma vi esas imágenes antes de leerlo y debo agradecer que no sea muy explícito, porque cada página fue una verdadera y grata sorpresa. Tiene que ver, en gran parte, con los personajes que John Green fue capaz de crear, son tan deslenguados y divertidos, crudos y tiernos. Suena como si fueran contradictorios, pero ¿acaso la contradicción no es parte de ser personas? Hazel es la narradora, una joven con un cáncer a los pulmones tan avanzado que sabe que va a morir. La rodean otros personajes con distintos tipos de cáncer o bien afectados por esta enfermedad, pero no es una novela sobre tratamientos u hospitales, aunque los hay. Más bien tiene que ver con vivir cada día a la vez, de tal manera que la narración nos involucra en los momentos cotidianos –y especiales- de Hazel y Augustus, desde que se conocen en una reunión de apoyo. Digo que nos involucra porque la narración es muy íntima, no esconde nada, así que es como si estuviéramos dentro de cuatro paredes con los personajes, presenciando las acciones y no que nos fueran narradas. Una narración en primera persona puede obviar aquellas partes incómodas, duras, pero esta los abraza de manera intensa, sin descuidar el tono de una joven, aunque sea una tan precoz como Hazel.

“Hazel es diferente. Camina ligera, Van Houten. Camina ligera sin tocar el suelo” (299), la describe Augustus. Me quedó dando vueltas eso de caminar ligero, en especial en una cultura católica como esta que más bien piensa que uno lleva una cruz a cuestas. Paul McCartney le hacía frente a esa creencia en “Hey Jude”: “And anytime you feel the pain, / hey Jude, refrain / don’t carry the world upon your shoulders”. Cargar el mundo sobre nuestros hombros es metafórico; Hazel arrastra un carrito con el oxígeno que tanto necesitan sus pulmones y, sin embargo, camina ligera. Y ya que la cita que escogí menciona a Van Houten, tengo que hablar un poco acerca de ese personaje que es todo lo contrario de Hazel, parece que la presión del aire es mayor en su espacio. El personaje es el autor de Un dolor imperial, el libro que Hazel y Augustus prácticamente idolatran: lo citan constantemente porque se reconocen en sus líneas. Es tan importante dentro del texto que una casi se convence de su existencia, con lo que juega el propio Green desde un comienzo, al utilizar como epígrafe de Bajo la misma estrella un extracto de Un dolor imperial: “El Tulipán Holandés contemplaba la marea, que estaba subiendo”, comienza la cita. Dentro del libro la marea tiene que ver con el dolor que sube y baja. Como la marea, el dolor no vuelve a bajar dejando intacto todo aquello que tocó, sino que remueve, cambia y se lleva muchas cosas. No solo el dolor, sino que la vida también puede leerse desde la imagen de la marea. Pero Green se preocupa de que no sea la marea la importante, sino sus personajes –con sus momentos altos y los bajos- y esa complicidad que logran entre ellos y con el lector.

Green, John. Bajo la misma estrella. Chile: Random House Mondadori, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Y sobre Bajo la misma estrella escribí anteriormente en este blog: ¿Nos dan lecciones los libros?

“Las pulsaciones de la derrota” de Damaris Calderón

Las pulsaciones de la derrota, de Damaris Calderón

Las pulsaciones de la derrota, de Damaris Calderón

Este poemario de Damaris Calderón me ha dejado pensando en la palabra pulsaciones, es decir, los latidos producidos por la sangre que corre por las venas. La derrota, entonces, no es algo sencillo, sino que interfiere con la vida, con los latidos de nuestro corazón, se mantiene viva si no logra ser acallada y la forma de acallarla no es simplemente dar vuelta la página u olvidar, porque a pesar del tiempo las pulsaciones pueden seguir vivas. Calderón comienza el poema del mismo nombre de la siguiente manera: “Ella: ________” (90), como diciendo que ahí es donde debemos poner un nombre, tal vez el nuestro o el de mujeres que conocemos. Ella está contando una historia que se reactualiza en nuevas derrotas, nuevos sufrimientos.

El ser humano, y la mujer, ya que hay una clara conciencia de género en sus versos, es frágil, vulnerable, el mundo más allá del cuerpo propio es agresivo; sin embargo, permanece “El fiero rostro no domado” (91). En el poemario hay tanto trazas de la derrota como del levantarse de nuevo. Las primeras se observan en las mujeres que avanzan de espaldas y en la idea de desaparecer que recorre las páginas: que una desaparezca hasta que no quede recuerdo alguno, sino que todo haya sido borrado. Pero al mismo tiempo la hablante sacraliza a los derrotados, los pequeños gestos cotidianos. Así propone la figura de Pedro, quien, aunque negó tres veces, se convirtió en piedra de la iglesia.

Estas ideas son recogidas, en general, desde lo mínimo, poemas de versos cortos, en que el espacio vacío de la página se hace patente y puede ser leído también como aquello borrado. Es en esos versos cortados, separados, aislados, en los que Calderón logra una mayor tensión con la idea de la pulsación, la derrota y el desaparecer. En otros casos, alcanza casi un nivel de narratividad, en que las estrofas se convierten más bien en párrafos. En estos párrafos encontramos una voz que parece más propia, en el sentido de que pareciera que la hablante (¿o deberíamos decir la narradora?) está hablando más sobre sí misma, casi en forma de manifiesto, que sobre las pulsaciones de una derrota compartida desde antes de que este fuera Chile.

Calderón Campos, Damaris. Las pulsaciones de la derrota. Santiago: LOM Ediciones, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Nota: Damaris Calderón ganó recientemente el Premio Altazor por su poemario Las pulsaciones de la derrota.

Reflexiones y humor al estilo Monterroso

El paraíso imperfecto. Antología tímida de Augusto Monterroso.

El paraíso imperfecto. Antología tímida de Augusto Monterroso.

Debe haber sido en mi época universitaria cuando leí el famoso cuento de Augusto Monterroso (1921-2003) “El Zorro es más sabio”. Más que cuento es una fábula. El Zorro ha decidido escribir un libro, lo publica y es un éxito de lectores y crítica. Escribe un segundo, incluso mejor que el primero. Definitivamente hay demanda por un tercero, pero pasan los años y el Zorro no escribe. “El Zorro no lo decía, pero pensaba: ‘En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer’. Y no lo hizo” (62). Ese relato está dando vueltas en mi cabeza de forma constante: a veces aparece cuando escribo una reseña, y otras cuando leo un nuevo libro de un autor que ha estado ausente por muchos años. Es un relato divertido y bien escrito, pero siempre me hace pensar. Eso es lo que sucede con gran parte de los textos de este autor guatemalteco, incluidos en El Paraíso imperfecto. Antología tímida, que se lanzó este año para conmemorar los diez años que han pasado desde su fallecimiento.

Entiendo lo de antología tímida, porque es un libro pequeño, que repasa una extensa bibliografía de Monterroso en unos sesenta escritos, entre fábulas, ensayos y microcuentos. El libro no incluye prólogo ni los textos están catalogados en capítulos, sino que se trata de una sucesión de escritos en que simplemente la lectura se va deslizando tranquila. La mayor parte de los escritos son breves, algunos brevísimos, un par de párrafos o unas cuantas líneas. El tema que ronda tanto en cuentos como en ensayos es la literatura desde alguna perspectiva: el oficio de escritor, la lectura, los libros, las traducciones, los escritores… En “Llorar orillas del río Mapocho”, recuerda cuando llegó exiliado a Chile en 1954 y el consejo que recibió de José Santos González Vera, refrendado por Manuel Rojas y Pablo Neruda. También reflexiona en torno al humorismo: “Excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico” (100), que bien podría tomarse como una sentencia atrevida para un escritor que llena de humor sus oraciones.

Gocé leyendo “Sobre la traducción de algunos títulos”, en que Monterroso analiza algunos ejemplos como La importancia de llamarse Ernesto  de Oscar Wilde y Otra vuelta de tuerca de Henry James. Sobre el primero dice: “Traducir The Importance of Being Earnest  por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde” (147). Y con respecto al segundo señala que The Turn of the Screw significa “‘forzar a alguien a hacer algo’, coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry James?” (148).

El Paraíso imperfecto es una buena primera aproximación a la escritura de Monterroso, permite saborear su pluma en distintos tipos de escritos, que siempre rondan lo personal, a tal punto que a veces no queda claro si se trata de un ensayo o de un cuento. Además, creo que la falta de una guía de lectura, llama a investigar, a buscar los volúmenes originales, o simplemente sentarse a disfrutar.

 

Monterroso, Augusto. El Paraíso imperfecto. Antología tímida. Buenos Aires: Debolsillo, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Y si sienten curiosidad, también escribí sobre dos ensayos de Monterroso, “Novelas sobre dictadores (1)” y “Novelas sobre dictadores (2)”. Pueden leerlo haciendo clic AQUÍ.

Mi vida como lectora

Portada de Una lectora nada común, de Alan Bennett

Portada de Una lectora nada común, de Alan Bennett

Leí Una lectora nada común en 2011. Todavía no tenía este blog, pero cuando terminé el libro, incluso antes, cuando avanzaba en la lectura, sentía el deseo de escribir al respecto. De más está decir que lo disfruté mucho, por variadas razones: lo inesperado de la lectora (no le había prestado real atención a la portada del libro); la historia en general; los comentarios del narrador; y, claro, el final. Es un libro ágil, divertido, conmovedor, también. Admito que me gusta mucho un libro que me haga reír (a veces a carcajadas) y que me estremezca. Además me parecía que podía relacionarme con el texto, que hablaba mucho de mí misma.

El libro, escrito por Alan Bennett, relata la transición de una mujer desde su condición de no lectora a la de lectora voraz. Esa mujer no es otra que la reina Isabel II de Inglaterra, que persiguiendo a sus inquietos corgis (“unos esnobs” [8]) termina cruzándose con la biblioteca ambulante del municipio de Westminster. Al entrar a la camioneta-biblioteca la reina no tiene intención de pedir prestado un libro, pero se siente obligada por la situación. “Ella aún no había resuelto su problema, porque sabía que si se marchaba con las manos vacías el señor Hutchings pensaría que la biblioteca era algo deficiente” (12). El señor Hutchings es el conductor-bibliotecario, pero también está la presencia de Norman, un joven que trabaja en la cocina de Buckingham y que está pidiendo un libro sobre Cecil Beaton mientras la reina está ahí. Finalmente la reina decide llevarse una novela de Ivy Compton-Burnett, a la que ella nombró Dame. Es un libro difícil de leer, pero ella llega hasta el final, ni siquiera se lo cuestiona: “Cuando empezamos un libro lo terminamos. Nos han educado así” (15). Ojo, con el plural mayestático.

Lo que viene después es una historia de amor, cómo la reina se enamora de la lectura y termina los libros no porque sea el comportamiento ideal, sino porque se abren mundos, se aprende, se siente placer. Al poco andar, se ponen en voz de este personaje real las siguientes palabras: “[…] pero aleccionar no es leer. De hecho, es la antítesis de la lectura. Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre” (25). Así, en pocas líneas una idea que yo ya sabía, que leer nunca termina, que un libro lleva a otro y así sucesivamente; que está bien no saber sobre algo, porque se lo puede conocer o aprender leyendo; pero que esa lectura no está destinada a ser el mejor de la clase, porque es incitante, atrevida, a veces derechamente loca.

Una lectora nada común, en todo caso, no es solo sobre el placer de leer. ¿Por qué tomar a un personaje de la realeza, cuestionado por su lugar y su razón de ser? ¿Hay una “lección” en esto? Creo que la palabra lección no se ajusta a este libro, porque no apela a que nos aprendamos la lección, de memoria, repitiendo luego algunas de las ideas que hemos retenido. Más bien, es una fábula, la de cómo una reina replantea su cargo y visión de mundo, porque aprende a leer y deja atrás el aleccionamiento que le había enseñado a comportarse, pero a mantener su vista fija. También me hace cavilar  acerca de la promoción de la lectura, que con esas palabras suena casi lejano, pero es relevante que los integrantes de una sociedad aprendan no a leer solamente, sino a pensar, que es más que juntar las letras y sílabas y aprender sus sonidos.

Yo no recuerdo que una lectura en especial me abriera el mundo. Los libros siempre estuvieron ahí en casa, con un llamativo letrero de “Léeme”. Por eso cuando nació mi hijo nunca le dije que no cuando quería tomar un libro, quería que fueran una invitación y no un ítem prohibido o “solo para adultos”. Como en el caso de la lectora de Bennett, lo mío ha sido una relación de largo aliento, un amor tan grande, que ahora paso todos los días imbuida en ella, ya sea por placer, ya sea por trabajo. Como en el libro, la lectura le abre un lugar a la escritura; una sabrá qué clase de escritura es la que tiene lugar.

Bennett, Alan. Una lectora nada común. Barcelona: Anagrama, 2008.

«Disparen a la bandada»: el arte de no olvidar

Disparen a la bandada, de Fernando Villagrán

Disparen a la bandada, de Fernando Villagrán

Es dura la lectura de Disparen a la bandada de Fernando Villagrán. El libro relata –en parte- la detención del propio Villagrán después del golpe de Estado de 1973, pero más que nada es el relato detallado, minucioso y también descarnado, de aquellos integrantes de la Fuerza Aérea (Fach) que terminaron detenidos, torturados y sometidos a consejos de guerra por sus propios pares.

Es dura la lectura porque Villagrán no busca ocultar nada. Relata paso a paso la violencia que se ejerció en su contra en cada uno de los centros de detención por los que pasó, y también los momentos de calma y esperanza, como cuando –estando en el Estadio Nacional- recibía plátanos y chocolates de su familia, los que compartía con otros detenidos.

También es dura, porque es una narración impecable en términos literarios. Villagrán no reproduce un listado de sucesos, sino que arma una historia, en que llegamos a conocer los nombres que allí aparecen como personajes complejos. Su propia inclusión en la narración responde a una técnica estilística que maneja bien: ha sido un oficial de la Fach el que le ha salvado la vida a Villagrán y al amigo con el que fue detenido, mismo oficial que luego se convertirá en un detenido. El recurso de los caminos que se cruzan no es forzado, de hecho, nada en la narración es forzada, sino que fluye y, a veces, el relato llega a ser hermoso, lo que suma ese otro aspecto a la dureza de la lectura: ¿no es extraño que el relato a veces se vuelva hermoso? Esto ocurre, por ejemplo, cuando relata el intercambio de poemas y cartas entre el general Alberto Bachelet –mientras estaba detenido- y su esposa Ángela Jeria.

El relato de Fernando Villagrán tiene que ver con memoria y con emociones. También con el reconstruir una parte de la historia, siempre teniendo presente que las experiencias son vividas por gente real, en ese sentido, el relato es de una humanidad increíble a través de la reconstitución de escenas que por lo bajo se pueden tildar de difíciles. Pero Disparen a la bandada no es una novela, es un testimonio. La escritora argentina Nora Strejilevich propone con respecto a la literatura testimonial, el siguiente concepto: “el arte de no olvidar”. Hay conjunción de arte y memoria en el texto de Villagrán. Pero también hay una apelación implícita al lector justamente porque uno sabe que se trata de un testimonio. Así que, como decía en un comienzo, es dura la lectura de este libro, pero me parece indispensable.

Villagrán, Fernando. Disparen a la bandada. Crónica secreta de los crímenes en la FACH contra Bachelet y otros. Santiago: Editorial Catalonia, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

 

Pensando en la elegancia del erizo

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

Hace unas semanas atrás, una visitante me preguntó si había leído La elegancia del erizo de Muriel Barbery. Aunque conocía el libro, había postergado su lectura; pero –como sucede con toda buena pregunta- me motivó a partir a buscar el libro. La primera edición que conseguí estaba un poco desarmada, así que después terminé pidiéndolo en la biblioteca de la universidad. Para ser sincera, a ese ejemplar también se le nota el uso, en especial por la portada ajada y la larga lista de fechas timbradas en la parte de atrás, lo que indica que es un libro que se pide habitualmente. Lo leí con calma, disfrutando cada página, hasta llegar a un momento en que sencillamente las páginas pasaban una tras otra sin detenerse hasta que se acabaron. Me parece un libro que va creciendo; no es que comience bajo, sino que el avance parece exponencial, a medida que pasan los capítulos, son más hermosos o más divertidos o más tristes y, claramente, mejor escritos. Por supuesto, es la aproximación que se puede hacer de una traducción al español; en más de una ocasión me pregunté si la traductora había sido fiel al original. Para contestar esto, me he propuesto conseguir una edición francesa y leerla, aunque creo que no será en el corto plazo.

Me llamó mucho la atención la construcción de la novela, que intercala los relatos de dos mujeres. Una ya mayor, la señora Michel; y otra que es una niña, Paloma. Cuando empieza la novela parecen estar en tierras lejanas la una de la otra. La señora Michel es portera de un edificio de lujo y Paloma es la hija de los propietarios de uno de los caros departamentos; lo que plantea, por una parte, una nueva historia sobre las relaciones entre “los de arriba y los de abajo”. Paloma ha decidido quemar el departamento de sus padres –un lujoso departamento parisino, hay que agregar- y suicidarse. La señora Michel, en cambio, no ve ni de cerca la muerte. Los dos relatos se irán entrecruzando, contestando incógnitas, hasta que –bien avanzada la novela- los dos personajes finalmente expliciten la existencia de la otra. La llegada de un nuevo propietario, el japonés señor Ozu, llevará a que la señora Michel mencione a Paloma y que Paloma hable de la señora Michel. Ese será el punto de no retorno, en que las dos mujeres se alejarán de su situación inicial, generando un perfecto equilibrio entre el comienzo y el final de la novela. Me gustó esa especie de sincronía entre las vidas de las dos mujeres, cómo en la narración se va mostrando la conexión de ellas, sus pensamientos, las ideas que tienen sobre la vida y sobre los personajes que pululan por el edificio. La primera en hablar de ello es Paloma, quien ante el comentario del señor Ozu de que la portera del edificio “no es lo que todo el mundo piensa”, dice: “Ya hace tiempo que yo también sospecho lo mismo. A simple vista, es una portera como cualquier otra. Pero si se la observa con más atención… pues bien, entonces… hay algo que no cuadra” (157). Un buen número de páginas más adelante, la señora Michel, quien ha invitado a la niña a tomar un té en la portería, dice: “Observo que probablemente he subestimado con creces a Paloma y que habrá que profundizar un poco en ese tema […]” (300).

Portada francesa: L'elegance du herisson

Portada francesa: L’élégance du hérisson

Paloma explica el título de la novela al hablar de la señora Michel como el erizo. Pero creo que ambos personajes tienen algo de erizo: esas púas que se ven terribles, pero que no son más que la coraza de una criatura maravillosa. Es una suerte que los editores no hayan cambiado el título del libro al traducirlo. Lo que no me gustó fue la portada de la edición de Seix Barral; aunque muestra a una niña que podría ser Paloma, porque usa anteojos (lo que es una característica demasiado trivial), me hace pensar más en una niña pendiente de la semana de la moda de París que de captar los movimientos más sutiles y perfectos del mundo. Curiosa, busqué la portada de alguna edición francesa y descubrí camelias, una flor capaz de cambiar una vida, que da cuenta no solo de un elemento mencionado en varias oportunidades en la novela, sino que además es un recordatorio de saber mirar la camelia o, como dice Paloma, buscar “los siempres en los jamases”.

La elegancia del erizo es una historia atractiva y un relato bien armado, que logra yuxtaponer las voces de dos mujeres en distintos lugares de existencia; pero también es una narración que busca la belleza o, más bien, que busca descubrir la belleza: en la vida cotidiana, en los libros, las películas, en la formación de ciertas oraciones, de las cuales me quedó prendida la siguiente: “Los montes de Kyoto tienen el color del flan de azuki” (254-255). Adoro que los libros motiven a que una tome otro libro, un diccionario o simplemente se meta a Wikipedia a averiguar ese algo que llamó la atención por razones difíciles de explicitar. Lo que sí puedo decir es que casi saboreo ese flan hecho a base de porotos del más lindo color rojo, que lleva a su vez a imaginar cómo pueden ser los montes de un lugar tan alejado de Chile.

Gabriela Mistral: escribiendo se siembra

La portada de Caminando se siembra, que reúne prosa inédita de Gabriela Mistral

La portada de Caminando se siembra, que reúne prosa inédita de Gabriela Mistral

“¡Y aún hay inéditos de Mistral!” son las primeras palabras de Luis Vargas Saavedra en el prólogo de Caminando se siembra, una selección de prosas inéditas de la poeta chilena. Como él mismo explica, todo proviene del llamado “Legado Gabriela Mistral”, una colección de escritos, cartas, apuntes, entre otros miles de documentos, que fueron donados por Doris Atkinson. El material fue digitalizado y está disponible en la Biblioteca Nacional, pero también en bibliotecas de otras instituciones. Yo tuve la fortuna de ver físicamente ese material –una caja enorme- cuando llegó a la Universidad Católica. Un sueño, de verdad. Sumergirse en todo ese material, en busca de textos para ser revisados, seleccionados, pasados en limpio, es parte del trabajo de este texto encabezado por Vargas Saavedra.

El libro está separado temáticamente. Así encontramos textos sobre Chile, sobre América, sobre literatura, comentos a poemas, estampas de animales -¡qué hermosas!-, educación y también cartas, entre otros. Hay una sección interesantísima sobre la guerra. No está de más, pensando en que Mistral vivió la Segunda Guerra Mundial. Y estaba muy atenta, incluso desde antes. Por ejemplo, en “Algunos rasgos de la geografía humana de Chile”, escribe a propósito del cóndor del escudo chileno: “El cóndor es un ave de presa, de garra, tiene un ojo tan frío y tan duro que yo sé que se van a escandalizar con semejante ocurrencia, que para mí, dentro de mí, está emparentado demasiado con las águilas de Europa y, sobre todo, con las águilas de Alemania…” (45). Estaba preocupada por la nazis, ciertamente, en esta conferencia dictada en Uruguay en 1938. De 1945, tendremos sus impresiones sobre la bomba atómica “que mejor pudiera llamarse Descomunal, [que] provocó en los periódicos y en el pueblo una curiosa impresión que me cuesta entender: asombro y no espanto […]” (411).

Los textos de Mistral muestran su mente activa, lo atenta que estaba ante la actualidad, pero además lo bien que sabía leerla. En las transcripciones de conferencias, en que incluso se indica cuando el público estallaba en risas, nos enseña a una Mistral divertida, apasionada, profunda y que siempre habla desde ella, desde su experiencia, desde sus impresiones, desde su yo. Me gustan los comentos a poemas, como “Todas íbamos a ser reinas”, poema al que le he estado dando varias vueltas en las últimas semanas. Dice al respecto: “Me he nombrado en el poema de manera muy personal y muy impersonal, con mi nombre legítimo de Lucila, que yo misma sepulté, y que a veces me recuerda y me pena” (262).

El libro, hermoso en su factura, no es para leerlo de una sentada. Tal vez las estampas de animales se puedan leer de una vez y animar el alma, pero muchos textos son densos y provocan mucha reflexión. Por eso, es bueno tenerlo cerca, en el velador, en la mesa de centro, o donde quiera que hagamos la mayor parte de nuestras actividades diarias, y tomarlo de pronto, y leer otra de esas prosas inéditas, seguir descubriendo a Gabriela en sus escritos y entender que escribiendo también se siembra y que para cosechar hay que atreverse a abrir los libros en espera.

Mistral, Gabriela. Caminando se siembra. Santiago: Lumen, 2013.

Para los interesados en el Legado Mistral, visiten el sitio oficial.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.