No recuerdo mucho acerca de la primera miniserie que vi basada en Orgullo y Prejuicio. No, no era la clásica con Jennifer Ehle y Colin Firth, sino una versión anterior. Lo que sí recuerdo es que fue la causante de que tiempo después fuera la dueña de una hermosa edición de tapa dura verde del libro de Jane Austen. Por supuesto, luego vi la versión famosa –en variadas oportunidades- y la más reciente adaptación cinematográfica con Keira Knightley, también en variadas ocasiones. Sin embargo, ninguna de esas adaptaciones se aproxima al placer de la lectura de Orgullo y Prejuicio.
Jane Austen es una de mis autoras de cabecera y Orgullo… es, sin duda, mi favorita, tanto así que cuando en clases de Literatura Comparada un profesor preguntó qué libro salvaríamos para la posteridad –o una pregunta muy similar a esa- yo la escogí sin dudarlo. Claramente para esta elección combiné factores que llamaría neutros, como la calidad de su prosa, la construcción de los personajes, el manejo de la tensión, etc.; y afectivos, por ser el primer libro de Austen que leí, y porque cada vez que formo en mi mente esas tapas verdes con letras doradas, siento una mezcla de placer y calma.
Pienso en los 200 años que cumple el libro, y me impresiona su escritura. Está claro que las condiciones de la mujer no son las mismas, pero un personaje como Lizzie Bennet, independiente y que se atreve a expresar su opinión, sigue vigente. Así será hasta que la igualdad de géneros sea más real, y una deje de cumplir todos los roles, en vez de elegir los roles que quiere cumplir, y además ser la que gana menos en la pega o que es mirada por los demás hombres en la mesa de reuniones para que se levante a servir el café a todos.
Por supuesto, Orgullo y Prejuicio tiene una historia de amor: la de Lizzie Bennet y Mr. Darcy. Pero también tiene un humor impecable, que hace que personajes como la señora Bennet sea soportable y también una situación de injusticia social y de género inesquivable: el hecho de que las hijas no puedan heredar a la muerte del padre y, en vez de eso, deban quedar a merced de la bondad del único heredero hombre, quien, de hecho, podía ser finalmente un pariente lejano. Así puede entenderse la desesperación de la madre de las cinco Bennet de casar a sus hijas, lo que se convertía en la única manera de asegurarles el futuro. Esta preocupación se encuentra también en otro texto maravilloso de Austen, Sensatez y Sentimientos, en el que efectivamente cuando el padre muere las mujeres (la madre y las tres hijas) deben buscar un lugar que puedan pagar cuando el heredero, hijo del primer matrimonio del padre, decida que cuando en su lecho de muerte el padre le pidió que no dejara desprotegida a su familia, en realidad, le estaba pidiendo que de vez en cuando viera cómo lo estaban pasando.
Austen utiliza el humor como una manera de incluir la crítica social en sus textos. Pienso en el personaje de Lizzie nuevamente, no solo es inteligente, sino mordaz, solo así puede rechazar la propuesta de matrimonio que le hace su primo el señor Collins, con la cual no solo salvaría su propio pellejo, sino el de toda la familia, después de todo, la herencia quedaría entre amigos. Es imposible no preguntarse si realmente había mujeres que podían darse el lujo de decir que no, como lo plantea su amiga Charlotte Lucas: siendo ya una carga para sus padres, no podía despreciar una oportunidad para llevar una vida decente. El humor de Austen no es inofensivo ni destinado a entretener a sus lectores. En el libro Laughing Feminism: Subversive Comedy in Frances Burney, Maria Edgeworth, and Jane Austen, la autora Audrey Bilger, muestra cómo los críticos trataron de bajarle el perfil al humor de Austen porque ante los lectores victorianos debía resguardarse todavía la feminidad de la mujer, claramente el humor no era indicado como parte del carácter de una mujer femenina. Sin embargo, estaba Austen y otro grupo de mujeres novelistas, que mostraban la opresión sexista a través del humor. Dice Bilger: “El humor feminista, entonces, codifica un mensaje importante sobre la relación de las mujeres con la ideología dominante. Incluso si las reglas para una conducta femenina apropiada requerían una modesta sumisión a la autoridad masculina, las mujeres que podían verse a sí mismas como ‘cuerpo lesionado’, como Austen califica a los novelistas en Northanger Abbey (37), podían también aprender a reír como un grupo frente a las imposiciones del poder masculino” (33).
Con esto del humor, se me vienen dos ideas a la mente. Primero es un libro de Austen escasamente conocido, pero que me resulta siempre entretenido de leer, Lady Susan, particularmente porque la protagonista Lady Susan no es una heroína, sino una de esos detestables personajes secundarios que andan maquinando en contra de los demás en sus otros libros: tomar a la malvada –como bien podría ser una Caroline Bingley- y convertirla en el centro, se inserta también en ese humor crítico y denunciante. La segunda idea es otro libro La muerte llega a Pemberley, escrito por P. D. James, quien interviene el mundo de Orgullo y Prejuicio con un asesinato, en que la misma Lizzie es sospechosa. James también sabe de humor, y no deja de ser atractivo ver cómo pinta a los personajes de Austen desde otro punto de vista, poniendo, incluso, en duda que Lizzie esté realmente enamorada de Darcy, como serían los comentarios maliciosos de los vecinos y conocidos, sino más bien de su acaudalada renta.
Finalmente, cómo no celebrar estos 200 años de Orgullo y Prejuicio releyendo el libro. Lo tengo listo para agarrarlo después de que termine Pemberley. Ah, y para fanáticos como yo, me encanta la película El Club de Lectura de Jane Austen, aunque no esté de acuerdo con todo lo que sus personajes opinen de mi libro de cabecera. Acabo de googlearlo y veo que el título de la película en castellano es Conociendo a Jane Austen, equivocadísimo, pero puede ayudar a algún interesado a buscarla.
PS: Mi edición de Orgullo y Prejuicio es de 1984 y al parecer no estaba todavía de moda en español, ya que es una versión en que Lizzie Bennet es Isabelita Bennet y su hermana se llama Juana. La leí por primera vez cuando tenía doce años y supongo que en ese entonces pesaba más lo divertido y la historia de amor.