Gabriela Mistral: escribiendo se siembra

La portada de Caminando se siembra, que reúne prosa inédita de Gabriela Mistral

La portada de Caminando se siembra, que reúne prosa inédita de Gabriela Mistral

“¡Y aún hay inéditos de Mistral!” son las primeras palabras de Luis Vargas Saavedra en el prólogo de Caminando se siembra, una selección de prosas inéditas de la poeta chilena. Como él mismo explica, todo proviene del llamado “Legado Gabriela Mistral”, una colección de escritos, cartas, apuntes, entre otros miles de documentos, que fueron donados por Doris Atkinson. El material fue digitalizado y está disponible en la Biblioteca Nacional, pero también en bibliotecas de otras instituciones. Yo tuve la fortuna de ver físicamente ese material –una caja enorme- cuando llegó a la Universidad Católica. Un sueño, de verdad. Sumergirse en todo ese material, en busca de textos para ser revisados, seleccionados, pasados en limpio, es parte del trabajo de este texto encabezado por Vargas Saavedra.

El libro está separado temáticamente. Así encontramos textos sobre Chile, sobre América, sobre literatura, comentos a poemas, estampas de animales -¡qué hermosas!-, educación y también cartas, entre otros. Hay una sección interesantísima sobre la guerra. No está de más, pensando en que Mistral vivió la Segunda Guerra Mundial. Y estaba muy atenta, incluso desde antes. Por ejemplo, en “Algunos rasgos de la geografía humana de Chile”, escribe a propósito del cóndor del escudo chileno: “El cóndor es un ave de presa, de garra, tiene un ojo tan frío y tan duro que yo sé que se van a escandalizar con semejante ocurrencia, que para mí, dentro de mí, está emparentado demasiado con las águilas de Europa y, sobre todo, con las águilas de Alemania…” (45). Estaba preocupada por la nazis, ciertamente, en esta conferencia dictada en Uruguay en 1938. De 1945, tendremos sus impresiones sobre la bomba atómica “que mejor pudiera llamarse Descomunal, [que] provocó en los periódicos y en el pueblo una curiosa impresión que me cuesta entender: asombro y no espanto […]” (411).

Los textos de Mistral muestran su mente activa, lo atenta que estaba ante la actualidad, pero además lo bien que sabía leerla. En las transcripciones de conferencias, en que incluso se indica cuando el público estallaba en risas, nos enseña a una Mistral divertida, apasionada, profunda y que siempre habla desde ella, desde su experiencia, desde sus impresiones, desde su yo. Me gustan los comentos a poemas, como “Todas íbamos a ser reinas”, poema al que le he estado dando varias vueltas en las últimas semanas. Dice al respecto: “Me he nombrado en el poema de manera muy personal y muy impersonal, con mi nombre legítimo de Lucila, que yo misma sepulté, y que a veces me recuerda y me pena” (262).

El libro, hermoso en su factura, no es para leerlo de una sentada. Tal vez las estampas de animales se puedan leer de una vez y animar el alma, pero muchos textos son densos y provocan mucha reflexión. Por eso, es bueno tenerlo cerca, en el velador, en la mesa de centro, o donde quiera que hagamos la mayor parte de nuestras actividades diarias, y tomarlo de pronto, y leer otra de esas prosas inéditas, seguir descubriendo a Gabriela en sus escritos y entender que escribiendo también se siembra y que para cosechar hay que atreverse a abrir los libros en espera.

Mistral, Gabriela. Caminando se siembra. Santiago: Lumen, 2013.

Para los interesados en el Legado Mistral, visiten el sitio oficial.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

La verdad de la señorita Harriet: narradores manipuladores

La verdad de la señorita Harriet, de Jane Harris

La verdad de la señorita Harriet, de Jane Harris

La verdad de la señorita Harriet es un libro que se construye en base a apariencias, aunque eso es algo de lo cual una se va enterando con la lectura. Al principio, no se ve por qué no creer a pies juntilla lo que estamos leyendo. Harriet, una mujer de ochenta años, viviendo en el Londres de los años 30, se ve en la necesidad de relatar hechos ocurridos hace más de cuarenta años. Nos dice, porque ella no solo es personaje, sino también narradora: quiere hablar sobre Ned Gillespie, un pintor a quien conoció en 1888 y por qué este Ned decidió quemar todas sus obras antes de morir.

De esta manera Harriet salta a Glasgow en 1888, una tarde en la que salvó la vida de una señora que se estaba atragantando con su propia dentadura postiza. La señora en cuestión es la madre de Ned, y se convierte en la puerta de entrada de la independiente Harriet a la familia Gillespie, formada por el pintor, su esposa, sus dos hijas y dos hermanos. Hay que imaginarse a Harriet en su treintena en los últimos años del siglo XIX, soltera, poseedora de su propia, aunque moderada, fortuna que le permite hacer su vida como quiera. La autora, Jane Harris, no busca que Harriet se describa a sí misma directamente, por el contrario, es una narradora hábil que se describe desde la visión que le dan los demás. Casi sin querer una se va encariñando con esta mujer con sus propios medios y que ha sido acogida con cariño por la familia Gillespie. Poco a poco, sin embargo, su relato comienza a verse interrumpido por comentarios acerca de un suceso terrible que acabaría con la armonía y la tranquilidad, y como el relato de Harriet comienza a mostrar que una de las hijas de Ned se comporta de manera extraña, muchas veces violenta, una tiende a pensar que ella algo tiene que ver con ese destino terrible que se nos anuncia de tanto en tanto.

Los relatos de 1888, que son más largos y detallados, son intercalados por páginas más breves en que la Harriet anciana comenta las memorias del pasado y construye una segunda historia de suspenso, que tiene que ver con la señora que ha llegado a ayudarla a su departamento londinense.

En estas columnas no suelo contar tanto sobre la historia del libro, y, sin embargo, es poco lo que he relatado. La verdad de la señorita Harriet es un texto extenso –tiene sobre 600 páginas- y muy entretenido, ágil de leer y bien construido. Los recuerdos de Harriet están contados con tanto detalle y chispa que una se involucra con la historia, siente ternura por una Harriet solitaria, y se preocupa por esta familia a la que trata de ayudar. El suspenso está bien manejado, y cada vez que una piensa que sabe lo que va a pasar, la historia nos muestra otra cosa.

Recuerdo cuando en el colegio leí un libro de Agatha Christie, en que el narrador –un personaje atractivo, simpático, inteligente- terminaba siendo quien menos una se esperaba, qué impotencia sentirse engañada por ese personaje, y por el autor también, ¿no? En el caso de Harris, ha logrado crear una narradora que nos involucra en su historia, nos hace tan cómplices de su versión de las cosas, que al final uno termina siendo manipulado.

Este no es un clásico texto de crímenes y justicia, aunque hay muertes, juicios, culpabilidades, etc., en que un narrador externo no dice exactamente qué sucedió. Lo importante no es resolver el misterio, como en una novela policial convencional, sino la construcción de una historia atrayente y bien escrita, que me hizo leer 350 de sus páginas en una sola tarde. Es uno de esos libros que atrapan, que no se quieren soltar, porque, de todas maneras, tenía las ansias de conocer qué había pasado realmente en 1888, qué va a pasar en 1933 (la actualidad desde la cual habla la Harriet anciana), y quién es realmente esta señorita Harriet.

Harris, Jane. La verdad de la señorita Harriet. Argentina: Lumen, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

 

El descubrimiento de la pintura: descubriendo el relato

El descubrimiento de la pintura, de Jorge Edwards.

El descubrimiento de la pintura, de Jorge Edwards.

El descubrimiento de la pintura es un libro breve, apenas sobre las 150 páginas, de ágil y entretenida lectura. No puedo evitar que Persona non grata, el primer libro que leí de Jorge Edwards, venga a mi mente, porque es justamente lo contrario. Me parece que hay un estigma en esa primera lectura, tal vez porque lo leí asociado a un curso de actualidad periodística y no de literatura, y tal vez porque acababa de leer El jardín de al lado, uno de mis favoritos de José Donoso. No sabía bien qué esperar de El descubrimiento… cuando lo tomé en mis manos, pero creo que esas es una de las mejores formas de acercarse a una lectura: no esperar nada en concreto y sorprenderse con lo encontrado.

En este caso, se trata de un texto que juega con la idea de lo biográfico. El narrador –que bien podría ser el propio Edwards- nos relata la historia de Jorge Rengifo Mira, Rengifonfo, un primo de su madre, que trabajaba con cerraduras en la semana y el fin de semana desplegaba su alma melómana y, además, se dedicaba a pintar. Partía en micro a los extramuros de Santiago, que, en aquella época, era La Reina, y pintaba, pero sin descubrir todavía la pintura. Así como aquellos que quieren dedicarse a escribir, pero sin haber leído a otros autores, Rengifonfo cree en pintar sin haber contemplado antes la pintura. El relato que hace el narrador es, sin dudas, entretenido, honesto, incluso cariñoso con este familiar al que todos prefieren ningunear, porque es torpe, porque se cree pintor, porque circulan rumores sobre él. El narrador que construye Edwards es un tanto inseguro. Cuando quiere relatar algo, lo cuenta y lo repite, como tratando de justificarse –él y sus opiniones- diciendo las mismas cosas de una y otra manera; o bien añadiendo más y más detalles: “Ya que hablamos de omnisciencia, puedo afirmar que supe de Jorge Rengifo Mira desde tiempos inmemoriales, desde mi infancia más remota, e incluso desde antes de nacer, por raro que esto pueda parecerles” (19). Jugará también con esa idea de omnisciencia, a veces tratando de adivinar lo que Rengifonfo habría pensado o de lleno imaginando situaciones completas.

Se justifica lo anterior, porque, aunque se trata de la historia de Rengifonfo y el descubrimiento que hace de la pintura –porque, sí, la descubre, y diciendo eso no se mata la lectura del libro-, lo que atrae es la construcción verbal que hace el narrador, y cómo él se vincula a esa historia tal vez por cariño o incluso por una cierta admiración a este primo lejano: son los recuerdos del narrador –con toda su imaginación volcada sobre ellos- y no una historia fría y tratada desde la distancia. Tal vez lo más atractivo del libro sea cómo, de hecho, se rompe la distancia y se presenta un texto cercano, escrito por alguien cercano, a uno y a Rengifonfo.

Edwards, Jorge. El descubrimiento de la pintura. Santiago: Lumen, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Jeanette Winterson, escribir sus propias líneas

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson.

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson.

Cuando pienso en mi historia de lecturas, veo que tempranamente me interesaron tanto las biografías como las autobiografías. Después de leer El hobbit no seguí con El Señor de los Anillos, sino con una atractiva biografía sobre Tolkien escrita por Daniel Grotta. Y cuando ya me había devorado los siete libros de las Crónicas de Narnia –y seguramente otros de los libros de C. S. Lewis también- me alegré cuando publicaron en castellano Sorprendido por la Alegría, un texto autobiográfico de Lewis. Por eso ya a priori estaba interesada en ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de la escritora inglesa Jeanette Winterson. Y no es por simple curiosidad, sino porque me atrae conocer las circunstancias que moldean a un escritor cuya prosa o poesía me gusta; mejor aun si esa misma prosa es la que relata recuerdos y anécdotas, dramas y alegrías.

En el libro de Jeanette Winterson hay dramas ciertamente: además de ser adoptada, creció en una familia pobre del frío norte de Inglaterra, con una madre más fría que el clima y fanática religiosa que la castigaba dejándola fuera de casa en la noche. También hay alegrías, porque lo que la autora plantea en su historia de vida –en la que elige qué contar y cómo hacerlo- es que ella prefiere ser feliz que ser normal. No quiere una vida amargada en un molde que no le corresponde, sino abrazar su identidad, aunque esté llena de heridas y cicatrices desde sus seis semanas de vida, cuando su madre decidió que no podía cuidarla y la dio en adopción. Las heridas son importantes, porque ser feliz no es un estado, sino una búsqueda que no tiene fin.

A pesar de los contratiempos y una infancia/adolescencia que podría haber sido castradora, Winterson se transformó en una escritora. Es poco conocida aquí, en Chile, pero en Inglaterra es de primera línea, de una generación de autores como Martin Amis (Dinero). Supo dar vuelta las cosas con convicción. Lo expresa de la siguiente manera: “Me costó bastante darme cuenta de que existen dos tipos de escritura; la que tú escribes y la que te escribe a ti. La que te escribe a ti es peligrosa. Vas a donde no querías ir. Miras donde no querías mirar” (63). Así que Winterson optó por escribir sus propias líneas: en su vida y en sus textos.

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? es un libro apasionante. Yo sé que a mí me apasionó: muchas veces es emocionante hasta las lágrimas, y también da risa, y otras da rabia, mucha rabia. La escritura de Winterson nos solo nos lleva a través de su vida, sino que nos involucra. Me gusta mucho el siguiente párrafo: “Cuando somos objetivos también somos subjetivos. Cuando somos neutrales, nos implicamos. Cuando decimos ‘creo que’, no dejamos nuestras emociones al otro lado de la puerta. Pedirle a alguien que no sea emotivo es como pedirle que esté muerto” (225). Yo estoy convencida de que escribir nos involucra de cuerpo entero, pero también leer; y mientras nos identificamos –o todo lo contrario- con un personaje o un texto, lo volvemos personal, parte de nuestra historia también.

 

Winterson, Jeanette. ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? Barcelona: Lumen, 2012.

 

Algunos datos extras

Encontré un link interesante para revisar, una entrevista a la autora en el sitio de Barnes and Nobles.

Y sobre otros escritos de Winterson, su primera novela fue Fruta Prohibida, publicada originalmente en 1985. Con ella ganó el prestigioso premio Whitbread y desde entonces ha publicado novelas, ensayos y libros para niños. Además de su último texto, aquí reseñado, encontré en la librería antártica, La carga, publicado en inglés en 2005 con el título de Weight. Yo iré en busca de ese libro.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.