Lluvias de mayo

Santiago bajo la lluvia.

Santiago bajo la lluvia.

Lluvias de finales de mayo debería decir. Este lunes, después de que mi esposo Antonio fue a dejar a Tony al jardín infantil, allí tan cerca de la cordillera, fuimos a desayunar al Café Mediterráneo: té, huevos revueltos, tostadas y una media luna tibia, todo perfecto. Comenzaba a llover cuando salimos del café. Tuvimos un intermedio en el Campus Oriente, donde pasé a devolver un libro que hacía semanas renovaba por internet. Y pasado el mediodía fuimos a buscar a Tony atravesando calles llenas de agua, algunas como ríos, y apenas llovía desde hacía un par de horas.

Tony y yo nos quedamos el resto del día en casa, mientras afuera la lluvia no dejaba de caer. Es hermosa la lluvia, hermosa y necesaria. Recuerdo una lluvia muy fuerte en Plymouth, una ciudad del sur de Inglaterra, hace más de diez años. Iba a pasar solo un par de días allí, así que salí a recorrer a pesar de la fuerte lluvia, y de que era invierno. Volví al B&B con un fuerte dolor de cabeza, pero el recorrido fue inolvidable y el cielo después de la lluvia, todo un espectáculo azul intenso. Me mojé mucho también en Gales recorriendo unos castillos con unos amigos colombianos en esa misma época.

Pero hay que reconocer que una lluvia tupida que cae sobre la cabeza puede ser agotadora. Como en el cuento “The long rain” o “La lluvia”, de Ray Bradbury. Aparece en El hombre ilustrado y muestra a un grupo de hombres que tratan de escapar de la agotadora lluvia que nunca deja de caer sobre el planeta Venus. Es tan fuerte e intensa que los hombres enloquecen tratando de encontrar un refugio.

A veces la lluvia enloquece, es cosa de ver cómo se pone el tráfico de Santiago durante estos días. Me hace pensar en el poema “Volvió el diluvio” de Delia Domínguez: volvió “cada uno en lo suyo, trepando”.

Entrevista con Elizabeth Subercaseaux

entrevista_subercaseauxHace unas semanas atrás escribí sobre transcribir. Pasar en limpio una conversación grabada es una tarea dura, y que puede llegar a ser muy tediosa. Además deja en evidencia, porque te puedes dar cuenta de que preguntaste algo tonto o, peor aún, que ¡olvidaste preguntar algo! Estuve con Elizabeth Subercaseaux más de una hora en su departamento de Providencia. Al comienzo conversamos sobre su libro, fueron unas tres o cuatro preguntas que, finalmente, no incluí en el texto porque contaban cosas sobre su novela Clínica Jardín del Este, que era mejor guardar para mí y así no arruinar la sorpresa de los futuros lectores del libro.

Fue una conversación encantadora, disfruté mucho hablando con ella, escuchándola. Y el resultado de eso apareció esta semana en la revista Mujeres del diario Publimetro. La revista apareció en papel, pero también se puede revisar online (hagan clic ¡aquí!).

Transcribir puede ser un trabajo latero, pero el resultado, esa entrevista publicada y disfrutada, es un gozo. Además he recibido muy buenos comentarios que me han dejado muy emocionada. Espero que la lean y la disfruten.

Otoño

otono01Estas últimas semanas, hemos tenido algunas actividades relativas al otoño. Yo ya había estado enseñándole a Tony las estaciones con un libro que muestra cómo cambia nuestro entorno con el paso de las estaciones. Semanas después, Tony me anunció con tono ceremonioso, muy serio, y pidiendo que lo mirara: “Mamá, se acabó el verano”. Lo volvió a repetir días después, estaba vez anunciando muy seguro que estábamos en otoño; incluso cantó una canción sobre las hojas de los árboles que caen al suelo, y que no he logrado que vuelva a entonar.

En el jardín al que va celebraron el otoño con una fiesta y como estaba tan animado con la idea, trajimos la celebración a casa, haciendo una corona con hojas caídas y rafia y colgándola de la puerta de entrada de nuestro departamento.

Tony luego de su celebración otoñal.

Tony luego de su celebración otoñal.

Me gusta el otoño, las hojas amarillentas y cómo cubren el suelo. ¿Acaso hay algo mejor que sentir el crujir de las hojas bajo los pies cuando una va caminando? ¿O ver cómo las hojas caen como lluvia cuando las arrebata de los árboles una ráfaga fuerte e inesperada?

Antes de que Tony estuviera con nosotros, compramos un libro que se llama Windy Day, con poemas y cuentos referidos al viento. Uno muy sencillo y breve, de Paul Walker, titulado “Leaves”, dice lo siguiente:

The leaves fall
Like big pennies,
And the sidewalk catches them.

El universo de las madres literarias

madres_literarias2Escribí esta columna originalmente para el sitio web de Publimetro, pero ya que hoy fue el día en que recibí desayuno en la cama, y le llevé a mi propia madre un exquisito pastel de Las Palmas, decidí recomponerla para mi propio blog hoy. Lo que hice fue buscar algunas madres literarias, de variados orígenes y cualidades; de hecho, algunas no son lo que una quisiera tener por madre, aunque son excelentes como personajes literarios.

Para comenzar la señora Bennett, la desesperada madre de la novela Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. La madre de las Bennett se ridiculiza constantemente y a sus hijas también, tratando de casarlas lo mejor y más rápido posible. Su inclinación por la más frívola, Lydia, no ayuda en que una la aprecie. Sin embargo, después de las muchas lecturas que he hecho del libro, esta madre también genera un grado de compasión y empatía, teniendo en cuenta los hechos: la familia Bennett está formada solo por hijas, por lo cual, al morir el padre, perderán la herencia. Casar a las hijas es la única manera de asegurarles el futuro.

Otra madre de puras hijas es Marmee, o la señora March de Mujercitas de Louise May Alcott. Mientras la señora Bennett es estridente y se expone completamente, Marmee es contenida, un refugio para sus hijas y también un ejemplo para ellas: “Abajo se aclaró la borrasca cuando la señora March volvió, y después de escuchar lo sucedido, hizo comprender a Amy el daño que había hecho a su hermana”.

Hablando de madres ejemplares, en la serie de Harry Potter hay varias que destacan. Para comenzar Lily, la madre del protagonista, personaje que aparece más que nada en recuerdos, es la madre por excelencia, que protege la vida de su hijo con la suya propia. También habla del dolor de la madre ausente. En tanto, la madre siempre presente es la señora Weasley, mamá del mejor amigo de Potter, Ron. Molly Weasley tiene siete hijos, y amor para ellos y más, ya que adopta emocionalmente a Harry.

Una madre inolvidable se encuentra en mi texto dramático favorito, Hamlet de William Shakespeare. Gertrudis es la madre cuestionada por el hijo, acusada por seguir adelante con su vida, es decir, por casarse con el hermano del esposo muerto. El gran problema de Gertrudis es tratar de tapar el sol con un dedo, y no reconocer cómo todo se va degradando a su alrededor. Una de sus líneas: “¡Oh, Hamlet, no digas más! ¡Me haces volver los ojos alma adentro, y allí distingo tan negras y profundas manchas, que nunca podrán borrarse!”.

Finalmente, quiero recordar un texto genial, bien escrito, divertido, con uno de esos protagonistas que dan vergüenza ajena, La conjura de los necios de John Kennedy Toole. La señora Reilly vive con su hijo Ignatius, el personaje central, de más de treinta años, un verdadero niño crecido que no entiende mucho del mundo. Ella tal vez entiende, pero prefiere desentenderse, después de todo lidiar con Ignatius no es un tema menor. Otra cita: “La señora Reilly contempló la cara enrojecida de su hijo y comprendió que se desmayaría muy satisfecho a sus pies solo para ratificar sus palabras. Ya lo había hecho otras veces. La última vez que le obligó a acompañarla a misa un domingo, se había desmayado dos veces camino de la iglesia, y otra vez durante el sermón, de pura flojera, cayéndose del banco y provocando un incidente de lo más embarazoso”.

Como bonus del blog, otra madre del tipo terrible, la del libro ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, del cual escribí la siguiente columna.

¿Hay algo más tedioso que transcribir?

Transcribiendo una entrevista...

Transcribiendo una entrevista…

Cuando me dedicaba en forma exclusiva al periodismo, no existían los mp3. Siempre tuve en cambio grabadoras de esas que usaban casetes chicos. Todavía guardo algunos, imagino que con entrevistas que habían sido importantes para mí. De hecho, hubo una época hermosa en que solía entrevistar músicos por teléfono. Eran conversaciones telefónicas porque eran artistas de otros lados. Recuerdo una agradable conversación con Duke Erikson, guitarrista de Garbage, quien estaba al celular desde Inglaterra mientras yo tomaba notas desde las oficinas de Universal Music.

Pero ya en ese tiempo me había convertido en una experta en tomar notas de cuanto el entrevistado decía, porque me cargaba descasetear, es decir, gastar el doble del tiempo del que duró la entrevista en escuchar la cinta y transcribir. Hoy la palabra no es descasetear, la más reciente entrevista que hice fue la semana pasada, ya no en grabadora, sino en el mp4 que le regalé a mi esposo en navidad.

La entrevista fue un placer, conversamos durante largo rato de manera fluida, y salí de la cita con buen ánimo. Sin embargo, cada vez que me siento con los audífonos en las orejas, el tedio me cubre. En especial, cuando una y otra vez tengo que escuchar esa palabra que permanece prácticamente inaudible, porque la entrevistada se llevó la mano a la boca, o porque hubo un ruido fuerte.

Después del tedio de escuchar y volver a escuchar, de anotar casi sin fijarse en las palabras que se están escribiendo, queda hermosear la entrevista, quitar los errores, eliminar lo dicho más de una vez, escribir algunos párrafos que traten de dar cuenta de cómo fue la conversación o qué impresión nos dejó la entrevistada. Finalmente, no hay nada como ver el texto publicado y olvidar que alguna vez se trabajó en su transcripción.