Heridas y cicatrices

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson.

¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson.

Cuando vi que mi mamá había comprado ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? esperé con ansias que lo terminara. Tenía muchas ganas de leerlo, más que nada por referencias críticas que habían aparecido en la prensa. Cuando comencé, no pude parar hasta acabarlo, y después volví a revisarlo para ficharlo. Sé que fue como leer el libro dos veces, pero no quise interrumpir la primera y placentera lectura, cada vez que encontraba una cita que quería preservar. Aunque cuando eso ocurría hacía una nota mental.

¿Por qué ser feliz… es un texto autobiográfico de la escritora inglesa Jeanette Winterson, en el que nos sumerge en sus primeros años al interior de una familia tan quebrada como paradojal, porque si bien esas vivencias en medio de una vida pobre en el norte de Inglaterra (cerca de Manchester) la marcaron de una manera dolorosa, también fueron claves para hacer de Winterson la mujer en la que se convirtió. De hecho, una de las cosas más admirables de este libro es que a pesar de haber sobrevivido a una madre adoptiva muchas veces despiadada, fanática religiosa, pero excelente lectora en voz alta, el trato que le da linda en lo amable o, al menos, trata de comprenderla. Su libro y la vida que construye ahí, los momentos de gloria, como también los momentos más duros y cercanos al suicidio, la fuerza por vivir, salir adelante y tener una visión positiva tanto del pasado como del futuro, son apabullantes. Básicamente por la creencia de la autora en las heridas y las cicatrices, que nunca desaparecen, pero pueden ser reescritas:

Por eso soy escritora; no digo “decidí” ser ni “me convertí en”. No fue un acto voluntario ni siquiera una elección consciente. Para evitar la estrecha red de la historia de la señora Winterson, tenía que ser capaz de contar la mía propia. Parte realidad, parte ficción, eso es la vida. Y siempre es una historia de presentación. Yo escribí mi salida (14).

Los primeros capítulos nos hablan de sus años formadores, desde la herida abierta por haber sido dada en adopción (“Los niños adoptados estás descolocados”, 32) hasta su adolescencia y  su pronta partida de la casa porque su madre no podía soportar que ella fuera lesbiana. Es allí donde entra a escena el título del libro; su madre adoptiva le dice “¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?”, dejando en claro que nunca podrían conciliar sus formas de ver la vida. La segunda parte, en que se produce un salto de 25 años que la autora –ella misma lo indica- no está lista para enfrentar en un escrito, muestra la búsqueda de su madre biológica, transparentando un sistema burocrático y frío, además de sus propios miedos ante la posibilidad de que la su madre la hubiera abandonado porque nunca la quiso: “¿Por qué se deshicieron de mí? Tenía que haber sido culpa de él porque yo no podía aceptar que fuera cosa de ella, tenía que creer que mi madre me quería. Eso era arriesgado. Eso podía ser una ilusión. Si me habían querido, ¿por qué ya no me querían seis semanas más tarde?” (212).

Cruzando todas estas experiencias, Winterson habla de su pasión por las letras, cómo la poesía la ayudó a pasar los momentos más difíciles, y cómo escribir era la única salida que ella encontró a una vida más bien miserable. De paso, da cuenta de la dura vida del norte de Inglaterra, del machismo, pero también de una generación obrera que podía citar a Shakespeare. Habla además de un perverso sistema anti mujeres en la universidad: “Oxford no era un pacto de silencio en lo que a las mujeres se refiere; era un pacto de ignorancia” (155). Y, sin embargo, había una creencia universitaria tan fuerte por el conocimiento, que ella y sus compañeras, podían aprovechar ese espacio. Nuevamente Winterson me sorprende reconociendo espacios allí donde pareciera no haberlos. A lo largo del texto es muy crítica con muchas cosas, especialmente con la Inglaterra capitalista que de mano de Margaret Thatcher desarmó un estado que creía que las personas venían primero; pero no lo hace desde un púlpito ni dando sermones, sino todo desde su experiencia, con soltura y fluidez (“No me daba cuentas de las consecuencias de privatizar la sociedad”, 154, dice luego de enumerar aquellos desastres y es imposible no pensar en Chile al mismo tiempo). Creo que hay una valentía en la manera de exponer su vida a través de las letras, con toda la ficción que aquello signifique, porque yo también creo en eso de que “toda narración de un yo es una forma de ficcionalidad” (Pozuelo Yvancos). En este caso, es una prosa conmovedora, que me hacía tiritar y emocionarme, y –aunque nuestras experiencias parecen tan distintas- sentirme identificada, con sus sentimientos, con su forma de escritura, con su amor por las letras.

¿Hay una escritura femenina o de mujeres? Qué difícil es plantear esta pregunta, porque muchas mujeres están en contra de esto, porque puede ser usado en nuestra contra, es decir, para poner a las mujeres en un segundo nivel, sin pasar nunca a ese círculo de hombres escritores que serían mejores, porque escriben “neutro”, como si eso fuera posible. Más bien, nos han acostumbrado a pensar que lo masculino es neutro, cuando simplemente es masculino. Ese fue el tema en mi tesis de Magíster, yo creo que sí existe una escritura que en realidad llamé “escritura de mujer feminizada” (gracias a Nelly Richard, entre otras autoras). No voy a profundizar mucho acerca de mi propuesta, pero ciertamente –desde mi perspectiva- la de Winterson lo es ese tipo de escritura: posicionada, tomando conciencia de su pasado y construyendo su presente desde ahí, y con todo su cuerpo, tanto así que esa herida devenida cicatriz está presente hasta la última página: “Toda mi vida he trabajado desde la herida. Curarla significaría poner fin a una identidad, la identidad definidora. Pero la herida curada no es la herida desaparecida; siempre habrá una cicatriz. Siempre se me podrá reconocer por mi cicatriz” (238).

Reseña de Lugares de paso de Sergio Missana y Ramsay Turnbull

Lugares de Paso

Lugares de Paso

La lectura del texto deja un sentimiento de precariedad, por cuanto no solo los lugares terminan siendo de paso, sino las historias, las personas y el viajero mismo.

Por Alida Mayne-Nicholls

Lugares de paso es un libro que hay que leer –por lo menos- dos veces. El lector elige: si primero se embarca en la lectura de los textos o si sigue el camino de las fotografías. Con el primer camino se lee a Missana y con el segundo se “lee” a Turnbull. Se puede hacer, por supuesto, el intento de tratar de entrelazarlos, como comencé a hacer en mi primera lectura, pero su conexión no es directa, es decir, las fotos no están ahí para graficar los textos, ni los textos son una descripción o explicación de las fotografías. Sin embargo, ambos textos –el de las letras y el de las imágenes- se comunican porque cumplen con la premisa de que son lugares de paso.

Los textos de Missana son en general breves viñetas que dan cuenta de una anécdota vivida en algunos de esos lugares por los que ha pasado: desde Pisagua en Chile a Bahía Halong en Vietnam. Mientras más pequeños son los relatos, algunos de apenas un par de párrafos, la sensación de estar de paso se cuela hasta el lector. Son no historias de esas que más se presentan en los viajes: una conversación extraña con un desconocido, una lluvia que cae sobre una playa, la espera por tomar un bus, un coro cantando. No se trata de grandes aventuras e incluso parecieran no ser momentos tan únicos, puesto que uno puede aportar con sus propias anécdotas efímeras que se acumulan en un viaje y que uno no sabe si contar o no cuando nos preguntan cómo nos fue. Sin embargo, el relato pareciera darnos a entender que son justamente esos encuentros aparentemente irrelevantes los que constituyen el viajar y el experimentar el viaje. Así cuando Missana relata que en Turquía una pareja local les pide tomarles una foto a él y su acompañante, está contando más del país y de su gente que si hubiera propuesto hacerlo de manera más docta: en ese sentido, las impresiones son más potentes que las elucubraciones intelectuales. Tal vez por eso es que esos textos de pocas líneas son los mejor logrados de Lugares de paso, directos, sencillos e, incluso, más delicados.

Los relatos no son de una misma línea. Las historias más largas son, en parte, de corte humorístico, o más que crónicas de viaje, textos periodísticos, en que los clichés de la profesión se inmiscuyen a tal extremo que los fines son inexorables, las escenas dantescas y los cineastas aclamados. Debo admitir que una de las historias más divertidas de leer es justamente en la que el personaje periodista es ineludible y Missana cuenta la trastienda de una entrevista con Robert Plant y Jimmy Page en Río de Janeiro. Sin embargo, es también una de las que más fuera de lugar parece en el libro, con una insistencia en permanecer en vez de quedarse atrás en el trayecto. Una de las razones de esto puede estar en el hecho de que Plant y Page son figuras conocidas, mientras que el resto de los seres que presenta Missana no lo son, lo que ayuda a configurar ese sentimiento de precariedad que produce la lectura, por cuanto no solo los lugares terminan siendo de paso, sino las historias, las personas y el viajero mismo.

Esa sensación es la que transmite la lectura de las imágenes, en las que, a diferencia de los textos, nos muestra lugares vacíos. A veces son amplios, como una vista del desierto de Atacama, otras son más íntimas, como un acercamiento a una cúpula en Turquía o a una puerta tapiada en Fez. Pero siempre son lugares que parecen inhabitados o poblados por gente que no es posible identificar, como en una de las fotografías más llamativas de la serie, en que se ve a un niño sentado en Tíbet, con su rostro en penumbras. Los lugares entonces se transforman en escenarios vacíos, que esperan la llegada del viajero para existir. Cuando la cámara queda sola captando la escena, todo se escabulle, la anécdota ya ha pasado y la gente ha seguido su camino.

Missana, Sergio y Ramsay Turnbull. Lugares de paso. Santiago: LOM Ediciones, 2012.

Esta reseña fue publicada originalmente en Sala de Lectura.