Material mente diario y la ciudad como poesía: origen, tránsito y destino

En el poemario de Alejandra del Río, la ciudad aparece en varios niveles, y muchas veces aparece ligada a la palabra, de tal manera, que se convierte en una reflexión acerca del oficio de escribir, y que es oficio por cuanto sería material y cotidianamente necesario. En el caso de los poemas, necesario porque sólo a través de la palabra –especialmente escrita- se puede sanar.

ALEJANDRA DEL RÍO

Material mente diario 1998-2008

Santiago: Cuarto Propio, 2009

POR ALIDA MAYNE-NICHOLLS VERDI

Alejandra del Río

Material mente diario inicia con un poema titulado “Fábula”, que nos introduce en la reflexión metapoética de la autora Alejandra del Río, porque lo que cantan sus versos es la “ciudad de la poesía”. Esta ciudad se puede visitar, extrañar, pasear por ella, vivir “un buen tiempo”, resistir y procrear en ella. Y también morir en ella, aunque para eso hay que haber nacido en la ciudad de la poesía. Con la lectura del poemario, una se da cuenta de que la ciudad es origen –se viene de ella-, es lugar de tránsito –por lo cual toma distintas apariencias- y es destino.

Lorena Amaro (2009) sostiene que esas ciudades por las que Del Río transita son lejanas –y reales- y también simbólicas [1]. De hecho, son a la vez reales y simbólicas, porque cuando nos presenta “El cielo de Berlín”, nos está llevando en viaje hacia esa misma ciudad de la poesía que además de todo, la (nos) espera. Algunas espacios son sólo simbólicos, como cuando llega a Sión, y otras son demasiado reales, como el Santiago de 1980, que se convierte en “ciudad sitiada por el ojo carnicero” (64).

Para comprender esa “ciudad de la poesía” busco darle un nombre, y pienso en Shiraz, no en la actual ciudad iraní, sino en la urbe persa medieval. Si se busca sobre Shiraz, aparecerá ligada a la rosas, al vino y a los poetas, en particular a Hafez, quien escribió sus versos en el siglo XIV. El lugar común hace pensar en el Medio Oriente como exótico y misterioso, y a esa ciudad de la poesía como un sitio único y especial, como si para ser poeta hubiera que vivir en una especie de paraíso terrenal. En su libro Shiraz in the age of Hafez, John Limbert [2] plantea que la época en que Hafez escribió “violence and murderous anarchy prevaile[d] in the streets of Shiraz” [3] (ix). A pesar de eso, Hafez pudo ser poeta.

Vinculo esa situación a la de Material mente diario. Es hacia el final del poemario, que la hablante nos sitúa en el recuerdo de la niñez, en el Santiago de 1980 que mencionaba antes. El sujeto poético retoma su máscara de niña para poder reconstituir la perspectiva desde la cual lee el contexto social y familiar en que está inserta:

Tengo ocho años
Vivo en una ciudad sitiada por el ojo carnicero
Mi vida transcurre tras los armarios de Ana Frank
Y cuando salgo a la escuela
Noto miradas esquivas
Biografías sospechosas
La evidente labor de los demonios (64).

La ciudad de la infancia es terrible y ha acabado con la idea de una infancia inocente, a tal extremo, que incluso los juegos infantiles se han teñido de crudeza:

Nunca jugamos a ser madres
sólo en historias de terror

Abandonaban niños en la puerta de la casa
vivos y muertos
debíamos enterrarlos
formar un sindicato de huérfanos
implantar su reino de justicia (61).

Y, sin embargo, como Shiraz, ha logrado que poetas nazcan y escriban en ella. Cristián Gómez sostiene que son “los recorridos de la hablante los que la definen” (2010). Entonces tal vez no es “a pesar de” que se transforman en poetas, sino “por eso” que lo hacen. La razón podría ser que, junto a esas ciudades reales, en las que se vive y experimenta, en forma simultánea, existe esa “ciudad de la poesía”, de hecho, para Gómez en el poemario existe una “reivindicación de un arte que se entiende como destino”:

Una ciudad me espera
una ciudad en lo alto
allá no llegan las luces del cemento
allá no alcanza el humo de la vergüenza (53).

La ciudad es la poesía y el tránsito es también escribir. Vuelvo a la idea de lo material, a que escribir es oficio, un ejercicio, y no sólo arte. Del Río deja claras marcas de la materialidad del escribir y del compromiso del cuerpo –no sólo de la mente- que implica. Así en la primera parte del poemario, titulada “La mesa” –mesa en la que se escribe, por cierto- sitúa en el origen la hoja en blanco que “me quiebra” (20) y acentúa la necesidad/obligatoriedad de escribir: “la mano con que escribo encadenada a la tablilla” (15).

Del Río también lo materializa en sus imágenes, al convertir a la poesía en ciudad y a la palabra en río, que es anterior a toda construcción poética [4]. El sujeto que llega al río tiene una piel “erguida de astillas”, pero “cuando pongo los pies en él / la piel se me reconstituye / se hace curvatura lo que urgía con espinas” (54). La palabra se convierte en sanadora, y el medio para sanar es escribir, tomar ese río de palabras y convertirlos en palabras poéticas, como parte de una actividad que involucra lo material, la mente, y la acción diaria, cotidiana. Así cobra sentido que el poema en que recuerda cómo jugaba a ser madre de niños muertos y abandonados en la dictadura chilena, lleve por nombre “Resiliencia”. De hecho, si salimos de lo textual, y nos centramos en la vida de Alejandra del Río, podemos encontrar que ella ha desarrollado la escritura como terapia, lo que ha trabajado con jóvenes en Alemania. El planteamiento parece ser que para sanar –para que opere la resiliencia- no se deben dejar las experiencias –por terribles que sean- en el olvido, sino traerlas, escribirlas, volverlas –en su caso- en palabra poética. Al respecto el texto es explícito: “el olvido no existe” (70).

En el poema “Simultánea y remota (Santiago de Chile, año 1980)”, los últimos dos versos dicen: “Tengo ocho años y si cumplo cien / seguiré teniendo ocho años” (66). La experiencia de la infancia sigue siendo parte de la identidad del sujeto, incluso cuando cumpla los cien años. El poemario está organizado en forma material en cuatro partes: Primero “La mesa”, luego “La mano” que escribe, después “Los pies” que son los que transitan y finalmente “La ventana”, en que vemos que el camino continúa, no se detiene, sino que va encontrando –a medida que sigue- ventanas de expresión. Para seguir escribiendo, hay que seguir viviendo y experimentando: “Deseo seguir viajando en este tren / sujeta a mi diario / aferrada a las líneas regulares de la siembra” (70). Material mente diario ha sido una bitácora del viaje transcurrido hasta el momento, lo que transforma la lectura metapoética, en una reflexión muy personal, no es simplemente una pregunta por la poesía, sino por cómo “yo” hago poesía. Por eso la relación con la poesía no es siempre igual, como vimos al comienzo en “Fábula”: a la poesía se la visita, se la extraña, se pasea por ella, se nace y se muere en ella. Y como es ejercicio, y es material, la respuesta de cómo el sujeto del poemario hace poesía, se encuentra explícita en los últimos versos de “Expreso de mediodía”, el poema que cierra el libro: “la mano completa lo desproporcionado” (Ibíd).

REFERENCIAS

Amaro, Lorena. “La enfermedad del regreso material”. Blog La calle Passy 061, http://lacallepassy061.blogspot.com/2009/09/la-enfermedad-del-regreso-material.html, 2009. (Consultado el 27 de diciembre de 2010).

Del Río, Alejandra. Material mente diario 1998-2008. Santiago: Editorial Cuarto propio, 2009.

Gómez, Cristián. Sitio web Letras.s5.com, http://letras.s5.com/cgo040310.html, 2010. (Consultado el 4 de enero de 2011)

Limbert, John. Shiraz in the age of Hafez. United States: University of Washington Press, 2004.

NOTAS

[1] Cito el artículo de la académica Lorena Amaro titulado “La enfermedad del regreso material”, que tiene sólo una publicación electrónica.

[2] Limbert es doctorado en Historia y Estudios del Medio Oriente, y ha desarrollado una carrera diplomática en Estados Unidos, incluyendo labores en Irán.

[3] Traduzco como “la violencia y la anarquía asesina prevalecían en las calles de Shiraz”.

[4] Cristián Gómez plantea al respecto que “la poesía se considera no como parte de la literatura, sino como algo que necesariamente la antecede. El poema sería previo, en consecuencia, a cualquier actividad poética” (2010).

*Este mini ensayo fue publicado originalmente en la revista virtual Dominios perdidos de los estudiantes de posgrado de la Facultad de Letras UC.

Las jaulas invisibles de Ana Vásquez-Bronfman

El 17 de noviembre de 2009 murió la escritora Ana Vásquez-Bronfman. Llevaba toda una vida radicada en Francia, pero el contacto con nuestro país no lo perdió nunca. Es una lástima esperar a hablar sobre alguien cuando ya ha partido, pero en el caso de ella dejó un grupo de novelas y ensayos que o bien nos la recordarán o nos ayudarán a conocerla a través de su escritura.

Ana Vásquez-Bronfman

La escritora Ana Vásquez-Bronfman

Debo comenzar diciendo que estoy lejos de ser una gran conocedora de la obra de Ana Vásquez-Bronfman, la escritora chilena fallecida el 17 de noviembre de 2009. No tenía un gran número de novelas a su haber, aunque sí éstas destacaban por sus críticas favorables, además de haber ganado el premio del Consejo Nacional del Libro a la mejor novela inédita en 1999 por Los mundos de Circe.

Se había radicado en Francia en 1974, adonde partió exiliada, y la temática del desarraigo, del trasplante, estaba presente en sus obras, en particular en su última novela Las jaulas invisibles (2002).

Ana Vásquez-Bronfman era, además, sicóloga, y si la buscan en Google se darán cuenta de que tiene tantas entradas por tal motivo como por su incursión literaria. En términos profesionales exploró el ámbito de la resiliencia, esa capacidad del ser humano de sobreponerse a los dolores y traumas más profundos. Me pregunto si fue un interés que surgió del hecho de haberse visto obligada ella misma a dejar su país.

Las jaulas invisiblesLas jaulas invisibles es una saga familiar, o la saga de dos familias, todas obligadas a abandonar sus hogares y convertirse en emigrantes. Unos son judíos rusos, que se encuentran escapando de los pogroms (disturbios, ataques) que sufría la población judía en Rusia. Los otros son campesinos chilenos que deben cambiar su vida por la de la ciudad.

“Nadie emigra por gusto, evidentemente, antes de partir los riesgos se ven más grandes, y si no se sabe claramente lo que se va a ganar con la partida, ciertamente se sabe lo que se pierde” (34-35), escribe la autora en la novela.

Esas dos familias tan distintas terminarán coincidiendo, décadas más tarde, en particular en la forma de dos niñas que terminarán haciéndose amigas y reencontrándose décadas más tarde, Mariana y Veruchi. Su historia actual viene desencadenada desde el pasado, que la autora inicia en la vida de sendas bisabuelas. A través de esos relatos, narrados con fluidez y tacto, con tal intimidad que pareciera que una se está introduciendo en algo demasiado privado, pero que, a la vez, es bastante cercano, no por las experiencias específicas, sino por el trasfondo de aquellas.

Es la idea de las jaulas invisibles, esa herencia que recibimos de nuestras familias, que apenas percibimos, pero que pueden convertirse en verdaderas prisiones. “Desde que nacemos nos van encerrando en jaulas” (242), se lee al continuar el relato de la novela.

Si hay algo interesante en Las jaulas invisibles es la apuesta por una visión que se enfoca desde la mujer, nada de historias de patriarcas. Todo comienza con la historia de las bisabuelas y en el presente volvemos a encontrarnos con dos mujeres, Mariana y Veruchi. Por supuesto, el relato no es lineal, sino que se estructura de una manera más orgánica, como respondiendo a las necesidades de una narración íntima y no a la obligación de realizar una cronología. Eso me hace pensar en esta otra cita: “Es cierto que las ideas se le escapan de la cabeza, árboles, hojas gigantescas, verdes en todos los matices, basura en el borde de la carretera, no logra concentrarse, quisiera echarse a llorar como una niña chica, qué ridículo. Mientras preparaba el viaje estaba tan vitalmente entusiasmada, sentía que si Veruchi aceptaba el análisis con ella, juntas podrían aclarar muchas dudas, darle más coherencia a su interpretación” (2002, 8). Tal vez haya una invitación a que como lectores también participemos de ese análisis, o más bien de ese viaje, de lo que se abandona y de lo que permanece.

Ignoro si será fácil conseguir los libros de Vásquez-Bronfman actualmente, en particular porque este último es de 2002. Buscando en el sitio web de algunas librerías no pude dar con sus novelas, pero Las jaulas invisibles sí aparece en el sitio de Lom (www.lom.cl). De todas maneras, me parece que vale la pena realizar el esfuerzo de buscar y leer a nuestros autores, porque aunque ellos hayan partido, sus textos permanecen.