Leer Fuerzas especiales deja sin aliento. Los capítulos cortos y en los que solo existe el relato intenso e incansable de la narradora, sin más pausa que la mínima que presentan los puntos seguidos, dejan sin aliento. Al hablar desde la primera persona, el relato de Diamela Eltit cobra vivacidad, nos introduce sin preámbulos en una historia de asedios y de violencia, y también de cotidianidad. Pero de la cotidianidad de bloques de departamentos, pequeños, agobiantes, en que el asedio policial es no solo el temor diario, sino una realidad constante. Es el asedio de todas las policías, uniformadas y no uniformadas, que han transformado esta zona sin futuro en un campo de juego, en que compiten entre ambos, botan antenas de celulares, realizan redadas y arrestos que van dejando cada vez los bloques más vacíos, no solo de gente, porque también se trata de un vacío existencial.
El libro a veces parece moverse en un campo de ciencia ficción, como si se tratara de un futuro de fin de mundo. Pero luego los kioscos, las pichangas, las fricas y el cíber como espacio destacado, nos van situando cada vez más en un Chile actual, en que a través de internet podemos acceder, comprender, admirar la alta moda internacional –como hace la protagonista-, sin disfrutar de ninguno de los supuestos beneficios del primer mundo. Tanto así, que el cibercafé no es solo esa falsa entrada al mundo global, sino el lugar en que la protagonista se prostituye para llevar algunos pesos a su casa.
El libro nos habla de nuestras contradicciones como país, de la violencia que se sufre cada día a tal punto que pasa a ser tan habitual que se la entiende en términos técnicos, como lo muestra la enumeración de armas de todo tipo que impregna el texto en forma discontinua, pero siempre permanente. Las tecnologías como celulares, videojuegos e internet, se convierten en los únicos modos de soportar, pero hasta eso puede ser un engaño, como el regreso de la señal a los celulares: “Cometieron un error y en la próxima madrugada escucharemos los sonidos que distraen y abren un horizonte de esperanza, no un horizonte, no, una rendija pequeña de esperanza en la solidez de los bloques […]” (163). No hay espacio para esperanzas, solo para minúsculos intersticios de salidas virtuales.
Para quienes se hayan interesado, pueden aproximarse a la escritura –experimental, pero viva, palpitante y no fría de laboratorio- de Diamela Eltit a través de Memoria Chilena, donde están algunos de sus textos digitalizados.
Eltit, Diamela. Fuerzas especiales. Santiago: Seix Barral, 2013.
Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.
Muy buenos tus comentarios, ayuda mucho a elegir un libro al igual que tus críticas en Publimetro. No las he leído todas pero con respecto al libro Clínica del Jardín de Subercaseaux, lamenté que no comentaras y opinaras acerca del Personaje Henrriete G. que es lo más impactante de la novela. He leído casi todo lo de Subercaseaux, pero en el relato de este drama encuentro que el ritmo de la narrativa cambia y conmueve casi hasta las lagrimas.
Alicia, ¡hola! Muchas gracias por tu comentario. Me alegra ser una ayuda en la búsqueda de un buen libro para leer. Con respecto a «Clínica Jardín del Este», esa omisión fue completamente intencional, porque no quería comprometer el secreto de la historia, especialmente porque el libro había aparecido recién. Antes de aparecer la crítica entrevisté a Elizabeth Subercaseaux y lo relacionado a ese tema finalmente lo quité del texto para no conspirar contra el misterio del libro y el suspenso de la narración. Pero tienes razón al decir que es impactante y muy dramático; tal vez debería escribir una nota para mi blog ahora que ha pasado tanto tiempo desde el lanzamiento del libro. ¡Saludos!