Leí Una lectora nada común en 2011. Todavía no tenía este blog, pero cuando terminé el libro, incluso antes, cuando avanzaba en la lectura, sentía el deseo de escribir al respecto. De más está decir que lo disfruté mucho, por variadas razones: lo inesperado de la lectora (no le había prestado real atención a la portada del libro); la historia en general; los comentarios del narrador; y, claro, el final. Es un libro ágil, divertido, conmovedor, también. Admito que me gusta mucho un libro que me haga reír (a veces a carcajadas) y que me estremezca. Además me parecía que podía relacionarme con el texto, que hablaba mucho de mí misma.
El libro, escrito por Alan Bennett, relata la transición de una mujer desde su condición de no lectora a la de lectora voraz. Esa mujer no es otra que la reina Isabel II de Inglaterra, que persiguiendo a sus inquietos corgis (“unos esnobs” [8]) termina cruzándose con la biblioteca ambulante del municipio de Westminster. Al entrar a la camioneta-biblioteca la reina no tiene intención de pedir prestado un libro, pero se siente obligada por la situación. “Ella aún no había resuelto su problema, porque sabía que si se marchaba con las manos vacías el señor Hutchings pensaría que la biblioteca era algo deficiente” (12). El señor Hutchings es el conductor-bibliotecario, pero también está la presencia de Norman, un joven que trabaja en la cocina de Buckingham y que está pidiendo un libro sobre Cecil Beaton mientras la reina está ahí. Finalmente la reina decide llevarse una novela de Ivy Compton-Burnett, a la que ella nombró Dame. Es un libro difícil de leer, pero ella llega hasta el final, ni siquiera se lo cuestiona: “Cuando empezamos un libro lo terminamos. Nos han educado así” (15). Ojo, con el plural mayestático.
Lo que viene después es una historia de amor, cómo la reina se enamora de la lectura y termina los libros no porque sea el comportamiento ideal, sino porque se abren mundos, se aprende, se siente placer. Al poco andar, se ponen en voz de este personaje real las siguientes palabras: “[…] pero aleccionar no es leer. De hecho, es la antítesis de la lectura. Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre” (25). Así, en pocas líneas una idea que yo ya sabía, que leer nunca termina, que un libro lleva a otro y así sucesivamente; que está bien no saber sobre algo, porque se lo puede conocer o aprender leyendo; pero que esa lectura no está destinada a ser el mejor de la clase, porque es incitante, atrevida, a veces derechamente loca.
Una lectora nada común, en todo caso, no es solo sobre el placer de leer. ¿Por qué tomar a un personaje de la realeza, cuestionado por su lugar y su razón de ser? ¿Hay una “lección” en esto? Creo que la palabra lección no se ajusta a este libro, porque no apela a que nos aprendamos la lección, de memoria, repitiendo luego algunas de las ideas que hemos retenido. Más bien, es una fábula, la de cómo una reina replantea su cargo y visión de mundo, porque aprende a leer y deja atrás el aleccionamiento que le había enseñado a comportarse, pero a mantener su vista fija. También me hace cavilar acerca de la promoción de la lectura, que con esas palabras suena casi lejano, pero es relevante que los integrantes de una sociedad aprendan no a leer solamente, sino a pensar, que es más que juntar las letras y sílabas y aprender sus sonidos.
Yo no recuerdo que una lectura en especial me abriera el mundo. Los libros siempre estuvieron ahí en casa, con un llamativo letrero de “Léeme”. Por eso cuando nació mi hijo nunca le dije que no cuando quería tomar un libro, quería que fueran una invitación y no un ítem prohibido o “solo para adultos”. Como en el caso de la lectora de Bennett, lo mío ha sido una relación de largo aliento, un amor tan grande, que ahora paso todos los días imbuida en ella, ya sea por placer, ya sea por trabajo. Como en el libro, la lectura le abre un lugar a la escritura; una sabrá qué clase de escritura es la que tiene lugar.
Bennett, Alan. Una lectora nada común. Barcelona: Anagrama, 2008.