Estas últimas dos semanas han sido duras. Realmente mucho trabajo, correcciones de artículos y reseñas, corregir los trabajos de mis alumnos, preparar las clases, escribir mi proyecto de tesis del doctorado y leer para mi reseña semanal en Publimetro. Eso sin contar, con que sigo preocupándome de tener mi casa ordenada y cuidar a mi Tony, quien será un amor, pero también es un niño de casi cuatro años, por lo cual requiere bastante atención. De puro escribirlo, estoy cansada de nuevo.
Por eso tenía al blog esperándome. Pero heme aquí de vuelta, porque no pude evitar hablar acerca de los errores de escritura. Estos últimos días me tocó encontrarme con varios libros que penaban por la falta de un corrector de textos. No solo había muchos errores de tipeo, sino casi una total desidia acerca de cómo se escriben las palabras y se redacta un texto. Los errores en un escrito, especialmente cuando se acumulan muchos, hace que se pierda el hilo de la lectura y la atención. Me pasa lo mismo cuando veo las noticias y un despacho está lleno de incongruencias de lenguaje, termino preocupada de la forma y la historia queda en segundo lugar.
Yo no soy una inquisidora de la ortografía, pero sí me parece que un texto publicado debería pasar por todos los filtros necesarios para que no hubiera errores –y he leído varios libros sin errores-. Lo que me parece divertido es que estos mismos escritos que parecen no haber sido corregidos, se empeñan en mantener algunas prácticas que ya no son necesarias, como ponerle tilde a “solo” y a los pronombres demostrativos (este, ese, etc.). Dicho eso, tengo que agregar que corregir un texto requiere muchísimo trabajo, leer una y otra vez y, a pesar de eso, cuando llega la prueba de la imprenta que uno revisa en papel, todavía quedan ¡muchísimos errores!