El universo de las madres literarias

madres_literarias2Escribí esta columna originalmente para el sitio web de Publimetro, pero ya que hoy fue el día en que recibí desayuno en la cama, y le llevé a mi propia madre un exquisito pastel de Las Palmas, decidí recomponerla para mi propio blog hoy. Lo que hice fue buscar algunas madres literarias, de variados orígenes y cualidades; de hecho, algunas no son lo que una quisiera tener por madre, aunque son excelentes como personajes literarios.

Para comenzar la señora Bennett, la desesperada madre de la novela Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. La madre de las Bennett se ridiculiza constantemente y a sus hijas también, tratando de casarlas lo mejor y más rápido posible. Su inclinación por la más frívola, Lydia, no ayuda en que una la aprecie. Sin embargo, después de las muchas lecturas que he hecho del libro, esta madre también genera un grado de compasión y empatía, teniendo en cuenta los hechos: la familia Bennett está formada solo por hijas, por lo cual, al morir el padre, perderán la herencia. Casar a las hijas es la única manera de asegurarles el futuro.

Otra madre de puras hijas es Marmee, o la señora March de Mujercitas de Louise May Alcott. Mientras la señora Bennett es estridente y se expone completamente, Marmee es contenida, un refugio para sus hijas y también un ejemplo para ellas: “Abajo se aclaró la borrasca cuando la señora March volvió, y después de escuchar lo sucedido, hizo comprender a Amy el daño que había hecho a su hermana”.

Hablando de madres ejemplares, en la serie de Harry Potter hay varias que destacan. Para comenzar Lily, la madre del protagonista, personaje que aparece más que nada en recuerdos, es la madre por excelencia, que protege la vida de su hijo con la suya propia. También habla del dolor de la madre ausente. En tanto, la madre siempre presente es la señora Weasley, mamá del mejor amigo de Potter, Ron. Molly Weasley tiene siete hijos, y amor para ellos y más, ya que adopta emocionalmente a Harry.

Una madre inolvidable se encuentra en mi texto dramático favorito, Hamlet de William Shakespeare. Gertrudis es la madre cuestionada por el hijo, acusada por seguir adelante con su vida, es decir, por casarse con el hermano del esposo muerto. El gran problema de Gertrudis es tratar de tapar el sol con un dedo, y no reconocer cómo todo se va degradando a su alrededor. Una de sus líneas: “¡Oh, Hamlet, no digas más! ¡Me haces volver los ojos alma adentro, y allí distingo tan negras y profundas manchas, que nunca podrán borrarse!”.

Finalmente, quiero recordar un texto genial, bien escrito, divertido, con uno de esos protagonistas que dan vergüenza ajena, La conjura de los necios de John Kennedy Toole. La señora Reilly vive con su hijo Ignatius, el personaje central, de más de treinta años, un verdadero niño crecido que no entiende mucho del mundo. Ella tal vez entiende, pero prefiere desentenderse, después de todo lidiar con Ignatius no es un tema menor. Otra cita: “La señora Reilly contempló la cara enrojecida de su hijo y comprendió que se desmayaría muy satisfecho a sus pies solo para ratificar sus palabras. Ya lo había hecho otras veces. La última vez que le obligó a acompañarla a misa un domingo, se había desmayado dos veces camino de la iglesia, y otra vez durante el sermón, de pura flojera, cayéndose del banco y provocando un incidente de lo más embarazoso”.

Como bonus del blog, otra madre del tipo terrible, la del libro ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, del cual escribí la siguiente columna.

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