Hace un par de semanas que quería escribir sobre G. K. Chesterton, desde que vi que se abrió la investigación para su beatificación, algo apoyado por el actual papa Francisco. Este escritor inglés no nació católico, sino que es uno de esos famosos conversos británicos al catolicismo, como Evelyn Waugh, otro autor de mi preferencia.
Volviendo a Chesterton, él escribió uno de mis libros favoritos, El hombre que fue jueves. Cuando era bien niña y vi este libro en casa, me impresionaba –e intrigaba- el título; todavía, de hecho, cuando pienso en ese título, me dan ganas de tomar el libro y leerlo otra vez. Lo tengo en una edición de Planeta de los años 60, por lo cual pienso que es necesaria la actualización. La portada es muy extraña, pero el texto es maravilloso. ¿Es una novela policial? Sí y no, es decir, lo es al estilo de Chesterton. Es una historia sobre anarquismo, grupos anarquistas clandestinos, policías, disquisiciones sobre la verdad y la bondad, cristianismo, y un poco de metafísica también. Chesterton todavía no se convertía al Catolicismo cuando escribió El hombre que fue jueves, aunque sí da la impresión de que era un tema de reflexión e interés para él. Además es un libro muy entretenido, poco convencional, en que cada vez como lectora (y lector), una se ve impulsada a ver las cosas de otra manera, con más detalles o desde una perspectiva más amplia tal vez.
A Chesterton llegué, como decía, por mi padre, él tenía algunos de sus libros en casa, y hoy sigue sumándolos a su biblioteca. Su encuentro con Chesterton lo califica como un milagro, muy a tono con su posible beatificación. Cuando tenía alrededor de catorce años en Iquique, se encontraba jugando en una plaza, cuando decidió que sería mejor ir a una imprenta en la que vendían libros. Allí Cuatro granujas sin tacha vino a su encuentro. Desde entonces, la relación de mi padre con la escritura de Chesterton solo ha ido creciendo. Y si los milagros se multiplican, esa lectura me alcanzó también a mí. Aunque me fascinaba ese título misterioso de El hombre que fue jueves, esa no fue mi primera aproximación, sino las historias del Padre Brown, el sacerdote detective de Chesterton, ese hombre pequeño, que parece que no matara ni una mosca y que es capaz de descubrir al criminal más hábil, gracias a su aun más hábil mente. Me recuerda en ciertos aspectos la veneración de Poirot –el detective de Agatha Christie- por su “materia gris”, es decir, ambos dejan que el cerebro trabaje y vaya llenado los baches para lograr ver la verdad. En el caso del padre Brown esto es muy serio, por cuanto, sacerdote católico, estima que lo principal en la fe y en Dios es la razón; como tal, no puede ser si no de esta manera que dé curso a sus investigaciones y no ensuciándose las manos por decirlo de alguna manera.
Como había pasado tanto tiempo, pensé en releer algunas historias, así que busqué un pequeño ejemplar de bolsillo que tenía. Intenté la lectura, pero era una edición antigua y de ese papel café y tosco que con el tiempo se convierte en palacio de ácaros. El ardor en un ojo y la casi imposibilidad de abrirlo por la alergia que me provocó hizo que abandonara la tarea de leer esa edición. Mi libro de El hombre que fue jueves va por la misma senda acarosa, razón por la cual quiero renovarlo. El asunto es que pedí a mi papá su edición más nueva de El candor del padre de Brown, y me fascinaron más que antes. Siguen siendo tan poco convencionales, tan inusuales y con un dejo humorístico, sarcástico.
En el primero de los cuentos, “La cruz azul”, el sacerdote cuenta un poco de cómo logra ver más allá de las apariencias y descubrir actos criminales donde otros no ven nada fuera de lo normal: “¿No se le ha ocurrido a usted pensar que un hombre que casi no hace nada más que oír los verdaderos pecados de los demás no puede menos de ser un poco entendido en la materia?” (44). Es, sin duda, una manera de sacarle provecho a la confesión, pero también tiene que ver con estudiar para conocer, más que experimentar para conocer. De hecho, me siento un poco identificada con eso, porque siempre me he aproximado a las cosas leyendo: incluso a la crianza de mi hijo, para la cual compré un libro que adoré y, aunque no lo seguí a pies juntillas, me fue de mucha ayuda.
Leyendo “La cruz azul”, me pareció ver algunas similitudes con El hombre que fue jueves: lo inusual, lo misterioso, pero también la perspectiva que varía o se amplía para dejarnos ver más allá, y, también, el itinerar. En la novela, los personajes recorren Londres, en el cuento también vemos a los personajes peregrinar por distintas partes de la ciudad, incluyendo algunos lugares -como calles- inventados por Chesterton. En ambos casos, se construye una nueva ciudad, el trayecto reescribe los lugares, y los llena de historias y anécdotas.
Además de los escritos de Chesterton, siempre me encantó una historia sobre él, que no recuerdo dónde leí. En esta anécdota, Chesterton iba por la calle debatiendo con su hermano Cecil; siempre lo hacía, y estaban tan intensamente involucrados en esa oportunidad en la discusión, que no se dieron cuenta de que llovía a cántaros y se estaban mojando. Suelo imaginarme la escena, y creo que sería una hermosa escena para una película, ya que no estaban peleando, sino debatiendo, discutiendo; otra vez la razón en uso. Pero lo que me gustaba más era esa relación profunda con el hermano, lo encuentro hermoso. Su hermano, periodista, también se convirtió al catolicismo, aunque mucho antes que Chesterton. Murió en la Primera Guerra Mundial. Mientras buscaba información sobre Cecil, tuve la idea de que leí sobre esta anécdota en algún escrito de C. S. Lewis, así que lo investigaré, tal vez para una próxima nota.