¿Es infantil una mala palabra?

La portada de Baila y sueña que reúne canciones de cuna y rondas inéditas de Gabriela Mistral.

La portada de Baila y sueña que reúne canciones de cuna y rondas inéditas de Gabriela Mistral.

No recuerdo si he hablado acerca de mi proyecto de título de Doctorado. Tengo la sensación de que había intentado no hacerlo porque todavía se trataba de un trabajo en proceso. Pero ya tengo mi nota (me saqué un 7.0, ¡genial!) y quería comentar algo relacionado con mi objeto de estudio. Parte de mi objeto son las rondas de Gabriela Mistral. Por supuesto, las de Ternura; pero pensé también en incluir las que Luis Vargas Saavedra encontró recientemente y publicó en un nuevo libro llamado Baila y sueña. Una de las razones por las cuales me interesa estudiar las rondas es el hecho de que sean minusvaloradas. Yo no soy la primera en decir esto. Grínor Rojo y Elizabeth Horan han escrito al respecto. Y Mauricio Ostria también lo tiene clarísimo cuando dice: “En ese desolador panorama, producto de la ignorancia y la desidia intelectual, tal vez el libro peor leído de Gabriela Mistral sea Ternura. Es también el más descuidado por la crítica, salvo notables excepciones” (“Releyendo Ternura” 649). Para mí el hecho tiene que ver con que se relacionan las canciones de cuna y las rondas con lecturas dedicadas a niños y niñas –lo que no representa un problema- y a los libros para infantes con lecturas menores, de inferior calidad o, de plano, malas. De hecho, la palabra “infantil” casi es una mala palabra.

Cuando apareció Ternura en 1924, tenía como subtítulo “Canciones de niños”. Para Ostria, fue ese subtítulo el que estigmatizó los versos de Mistral, limitándolos a una “lectura desaprensiva y poco atenta” (650). El crítico considera que Gabriela Mistral debe haberlo notado, porque cuando apareció la segunda edición de Ternura en 1945, el subtítulo era otro: “casi escolares”, poesías casi escolares; es decir, no son para niños. O no son solo para niños y niñas; o el hecho de que sean rondas y canciones de cuna quiera decir que no tienen mérito o profundidad.

Una página interior de Baila y sueña.

Una página interior de Baila y sueña.

Sin embargo, eso de escolares/infantiles allí metido sigue metiendo ruido. Y aquí va una historia reciente. En casa hemos tenido que restringir nuestros gastos, porque las cosas económicamente andan más o menos. Así que no podía pensar en comprar Baila y sueña; no importa, pensé, lo sacaré de la biblioteca de la universidad. Cuando lo busqué en el catálogo online encontré que estaba y partí a sacarlo. No lo encontré en el estante, así que revisé de nuevo el catálogo y me di cuenta de que las copias (que eran unas diez) estaban en un apartado llamado “Sección escolar”. Déjà vu, ¿cierto? No sabía dónde quedaba, así que pregunté a la bibliotecaria, quien amablemente me explicó que esa era una sección solo para escolares y que yo, aunque alumna de la universidad, no podía sacar el libro. Lo irónico de todo este asunto es mi insistencia en que estos no son textos escolares, sino textos a secas; pero la institución los limita a una categoría. Porque esas copias para los escolares están muy bien; el error o la desidia está en concluir que el libro no es necesario para la biblioteca a la que tienen acceso universitarios y profesores.

El asunto me provoca desazón, pero finalmente tengo mi copia. Es una hermosa copia, aunque totalmente brandeada para niños y niñas; además desde una visión romántica, parece que nadie pensó en atraer a la lectura de estas rondas y canciones a las niñas y niños que usan tablets y afines. Lo que me desconsuela es cómo se trata de empequeñecer todo, meterlo en categorías diminutas, seguras, confiables y tan cuadradas que son difíciles de sacudir.

Lecturas de cama

No fue esta la edición que leí de las Crónicas..., esta fue un regalo que me hicieron años después de esa primera lectura.

No fue esta la edición que leí de las Crónicas…, esta fue un regalo que me hicieron años después de esa primera lectura.

Tony me contagió su virus infantil. Pero él, que según el doctor a pesar de todo está sano como manzana, salta, se divierte y apenas tiene una tos loca; aunque estamos vigilándolo y controlando que no vaya a sentir fiebre. Yo, en cambio, he sufrido el peso del contagio. Pero no hay blancos y negros, ¿cierto?, sino una gama extensa de grises y arcoíris. El tener a mi lado una torre de libros por leer y a medio leer, me hizo recordar las veces que pasé en cama leyendo cuando era niña. Así fue, de hecho, como devoré los siete libros de las Crónicas de Narnia; seis, en realidad, ya que El león, la bruja y el ropero lo leí totalmente sana.

Hay un placer en torno al leer cuando se está metido en una cama, por obligación y porque es la única opción de guardar un poco de fuerzas y reponerse para seguir adelante. Claro que en la actualidad se pueden ver películas por televisión/cable/netflix, qué sé yo. Cuando era niña no había muchas opciones, diría yo; y si las había no eran muy atractivas. En cambio, leer siempre provee de tantas posibilidades. Tomar un libro cuando se está pegado a una cama, significa poder escapar de ella. Es una idea manida eso de comparar el viajar con la lectura, porque, aunque leer no reemplaza el viajar, sí es una forma de viajar, de salir de una misma, de conocer otros lugares, otras formas de pensar, conocer gente (personajes, claro) distinta.

Y, por supuesto, vivir experiencias. Atravesar un ropero lleno de abrigos para llegar a una tierra nevada; enfrentar un dragón; ser convertido en ratón por una bruja odiosa. Esas son experiencias fantásticas, pero también pintar una cerca, nadar en un lago, viajar en tren. No tienen que ser experiencias fuera de este mundo –aunque lo son, pertenecen al “mundo” de los libros-; no es eso lo que los hace valiosas, sino el entrar en ellas y, claro, que estén bien escritas; porque no son los excesos de fuegos artificiales los que hacen de un texto un buen libro.

Imagino que debe haber muchas lecturas que me acompañaron durante mis enfermedades. Pero las que no logro olvidar son las de las Crónicas de Narnia; recuerdo cómo me sentía (incluida la rabia de que C. S. Lewis no permitiera que Susan volviera a la Narnia post Juicio Final); la forma en que estaba organizado mi dormitorio… Es raro, pero casi me parece verme metida en la cama. En fin, solo recordé ese cariño extra o especial que me despiertan los libros que leí estando enferma.

Tengo Flores Nuevas

Tony y yo disfrutando de un poco de lectura y de sacarnos fotos, por supuesto.

Tony y yo disfrutando de un poco de lectura y de sacarnos fotos, por supuesto.

Yo sé que debe ser un lugar común, pero realmente quiero que lleguen las vacaciones. Finalmente me desocupé de la Católica, aunque estoy haciéndole unas mínimas correcciones a mi proyecto de título. Pero en la Usach recién termino el 19 de este mes, lo que será duro porque mi hijo Tony sale de vacaciones este jueves. He estado por lo menos dos semanas sin escribir en el blog y lo he echado de menos, pero he tomado tantos compromisos laborales, desde correcciones a clases, pasando por traducciones, que hay actividades que deben dejarse en pausa, para no colapsar. Porque, por supuesto hay otras actividades que no pueden evadirse, como todo lo referido a mi hijo, por ejemplo.

Debo admitir que incluso leer se me hizo difícil, porque los momentos de dedicación exclusiva y tranquila para la lectura se me hacían escasos. ¿Comenté que además tuve a mi hijo con licencia en casa? Fue una de las tantas bajas de invierno. Otros padres sabrán que ha sido duro, de hecho, en su curso eran más los niños que faltaban que los que iban a clases. No me gusta apurar la lectura que es lo que suele pasar cuando se tiene poco tiempo. Yo puedo leer muy rápido, pero siento que eso le resta mucho a la experiencia completa de ir devorando poco a poco un texto, especialmente si a una le está gustando. Entonces abrí Flores nuevas de Federico Falco (Montacerdos, 2014). Tenía referencias, las que suelen derivar en expectativas; pero, en realidad, no me esperaba cuentos tan bien escritos, delicados, incluso. El autor centra sus historias en la provincia de Córdoba, Argentina, lo que ya es interesante; salir de la capital, adentrarse en otras zonas, otras tierras, con otras formas de hablar y de narrar. Pero fue la temática intimista, que rescata el vivir cotidiano en provincia, el crecer, la familia, lo que me cautivaron. Hay algo pausado en la escritura de Falco, un ritmo diferente, que se aprecia y que hace que el mundo se detenga un poquito. Me recordó mi propia infancia en provincia, primero en Iquique y luego en Copiapó; recordé la experiencia de ese ritmo lento, en que las cosas siguen un curso lento, sin prisas, en que la vida no pasa por el lado, sino que se va viviendo paso a paso.

Los relatos son conmovedores. Primero porque son dolorosos, los desencuentros, desamores, heridas duelen; pero son más conmovedores por la esperanza que anidan: las vidas no se acaban en las tragedias, sino que siguen adelante. Me encantó, por ejemplo, en “Un hombre feliz” el intercambio de correspondencia física entre padre e hijo, en unos tiempos en que el email o, peor, el whatsapp, acapara todo; porque estas técnicas podrán ayudar en la inmediatez, pero no son capaces de suplir una experiencia como la que se narra:

“Se visitaban de tanto en tanto, pero sobre todo se comunicaban con largas cartas manuscritas, que cada uno redactaba con mucho cuidado, eligiendo las frases, atendiendo a cada adjetivo y cada adverbio como si fueran un regalo. Intercambiaban una o dos por mes. […] A la vuelta de correo Joaquín le recomendaba lecturas, incluía hojas secas de fresno y arce entre los pliegues del papel y bocetos a mano alzada de cómo se veían las cabañas en el valle o de truchas corcoveando sobre el aire del arroyo grande” (47).

Cómo no conectar con eso, de inmediato pensé en las hojas que mi hijo recoge para mí cuando recorre el patio del colegio, entre la sala de clases y la puerta de salida; que, debo mencionar, es un trayecto bastante largo. Pero si se trata de conexiones, “Cuento de Navidad” me impresionó, todo el relato familiar, los recuerdos, cómo la gente se va yendo, incluso antes de morir. Pensé en mis propios abuelos. Uno de ellos murió recién el año pasado. La misma tarde en que yo leía y me conmovía, Tony dormía a mi lado en la cama. Debió ser un sábado o un domingo. Cuando se despertó estaba muy triste, tal vez había soñado con su bisabuelo, porque lo primero que hizo fue preguntarme: “Mamá, ¿por qué se murió el Tata de la Meme?”. Quería saber dónde estaba –él, no su cuerpo- y si se lo podía visitar. Nos abrazamos y lloramos juntos un rato, hasta que la pena pasó y quedó la calma, la calidez de tenernos el uno al otro.

Flores nuevas es un gran libro, bien escrito y con una edición maravillosa. Es hermoso, fácil de leer por su diagramación, pero, además, es un gusto encontrarse con un libro bien corregido. Pero los libros pueden gustar, pueden divertir, pueden entretener, pero no hay nada como aquellos que te conmueven y remueven, te conectan y hacen saltar tus recuerdos y emociones.

Nota: Pueden leer ya mi reseña sobre Flores nuevas en Publimetro.cl. El texto es distinto, con otras reflexiones motivadas por estos hermosos cuentos.

Archivo, recuerdos y cómo presentar un curso

Una muestra de mi archivo personal

Una muestra de mi archivo personal

Ayer estuve en una charla dictada por Fernando Blanco en la Facultad de Letras UC. El tema era la ficcionalización del archivo en Centro América y el Cono Sur; es decir, cómo autores han incluido, por ejemplo, las comisiones de verdad y reflexión en sus escrituras y también el caso de la artista Voluspa Jarpa, quien ha incorporado los archivos desclasificados por Estados Unidos para sus más recientes manifestaciones y obras. La verdad es que no alcanzamos a abordar bien las obras, excepto lo de Voluspa Jarpa. Ya quedaba poco tiempo para explayarse sobre las acciones –y eso que la charla se prolongó bastante más de lo presupuestado-, porque gran parte del tiempo fue ocupada en la presentación del tema y el marco teórico.

La charla estaba basada en un curso que Blanco dictó en la Universidad de Bucknell, Estados Unidos, donde trabaja. Y su primera aproximación fue introducirnos en el sentido del curso, para lo cual leyó y explicó una verdadera ponencia, acerca de sus intereses, de dónde provenían y del marco teórico en el cual se basaban. Luego continuó con la problematización del archivo, abordándolo desde distintos teóricos, tanto aquellos internacionalmente validados por la academia, como Foucault, como investigadores latinoamericanos. También explicó por qué dicha conformación de la bibliografía.

Aunque he tenido excelentes profesores en mis ya varios años de estudio, no recuerdo alguno que haya sido tan organizado y prolijo para exponer su curso: no solo los contenidos prácticos –por llamarlos de alguna manera-, sino los fundamentos en que basa su investigación. Y no es que otros cursos carezcan de fundamentos o marco teórico, pero muchas veces se da por hecho; cuando es realmente importante conocer dónde está parado el profesor, desde dónde está hablando, en vez de simplemente entregar un párrafo con la descripción de un curso, que muchas veces es más bien neutra, como si no hubiera una ideología o un punto de vista en la elección y supresión de autores. Además que, dándole más vueltas al asunto, me pareció que eso tiene que ver también con el archivo: qué se selecciona para pasar a formar parte del archivo, qué permanece en secreto y qué simplemente se suprime, como si no existiera. En cuanto a la charla propiamente tal, me pareció interesante –entre muchos otros aspectos- el vínculo que Blanco realizó entre la formación del archivo y la formación de recuerdos: cada vez que se archiva y se recuerda, se selecciona, se reprime y se condensa; por eso –y esto lo agrego yo- ninguno de los dos es realmente “la verdad”, ¿no?

 

“Bajo la misma estrella” de John Green

Bajo la misma estrella, de John Green

Bajo la misma estrella, de John Green

Quizás a estas alturas muchos ya saben de qué se trata Bajo la misma estrella. Después de todo, ha sido un éxito –en el inglés original y sus traducciones- y ya anda dando vueltas el tráiler de su adaptación al cine. Yo misma vi esas imágenes antes de leerlo y debo agradecer que no sea muy explícito, porque cada página fue una verdadera y grata sorpresa. Tiene que ver, en gran parte, con los personajes que John Green fue capaz de crear, son tan deslenguados y divertidos, crudos y tiernos. Suena como si fueran contradictorios, pero ¿acaso la contradicción no es parte de ser personas? Hazel es la narradora, una joven con un cáncer a los pulmones tan avanzado que sabe que va a morir. La rodean otros personajes con distintos tipos de cáncer o bien afectados por esta enfermedad, pero no es una novela sobre tratamientos u hospitales, aunque los hay. Más bien tiene que ver con vivir cada día a la vez, de tal manera que la narración nos involucra en los momentos cotidianos –y especiales- de Hazel y Augustus, desde que se conocen en una reunión de apoyo. Digo que nos involucra porque la narración es muy íntima, no esconde nada, así que es como si estuviéramos dentro de cuatro paredes con los personajes, presenciando las acciones y no que nos fueran narradas. Una narración en primera persona puede obviar aquellas partes incómodas, duras, pero esta los abraza de manera intensa, sin descuidar el tono de una joven, aunque sea una tan precoz como Hazel.

“Hazel es diferente. Camina ligera, Van Houten. Camina ligera sin tocar el suelo” (299), la describe Augustus. Me quedó dando vueltas eso de caminar ligero, en especial en una cultura católica como esta que más bien piensa que uno lleva una cruz a cuestas. Paul McCartney le hacía frente a esa creencia en “Hey Jude”: “And anytime you feel the pain, / hey Jude, refrain / don’t carry the world upon your shoulders”. Cargar el mundo sobre nuestros hombros es metafórico; Hazel arrastra un carrito con el oxígeno que tanto necesitan sus pulmones y, sin embargo, camina ligera. Y ya que la cita que escogí menciona a Van Houten, tengo que hablar un poco acerca de ese personaje que es todo lo contrario de Hazel, parece que la presión del aire es mayor en su espacio. El personaje es el autor de Un dolor imperial, el libro que Hazel y Augustus prácticamente idolatran: lo citan constantemente porque se reconocen en sus líneas. Es tan importante dentro del texto que una casi se convence de su existencia, con lo que juega el propio Green desde un comienzo, al utilizar como epígrafe de Bajo la misma estrella un extracto de Un dolor imperial: “El Tulipán Holandés contemplaba la marea, que estaba subiendo”, comienza la cita. Dentro del libro la marea tiene que ver con el dolor que sube y baja. Como la marea, el dolor no vuelve a bajar dejando intacto todo aquello que tocó, sino que remueve, cambia y se lleva muchas cosas. No solo el dolor, sino que la vida también puede leerse desde la imagen de la marea. Pero Green se preocupa de que no sea la marea la importante, sino sus personajes –con sus momentos altos y los bajos- y esa complicidad que logran entre ellos y con el lector.

Green, John. Bajo la misma estrella. Chile: Random House Mondadori, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Y sobre Bajo la misma estrella escribí anteriormente en este blog: ¿Nos dan lecciones los libros?

Una mujer fenomenal

Una de las páginas interiores del libro con la primera estrofa de Phenomenal Woman

Una de las páginas interiores del libro con la primera estrofa de Phenomenal Woman

El 28 de mayo murió Maya Angelou. No la había leído, aunque por supuesto sabía de ella, escritora, poeta, activista. Así que busqué en la biblioteca de la universidad qué había disponible y me encontré con dos títulos, ambos en inglés; los pedí los dos. Uno de ellos es su primer libro: I know why the caged bird sings. Es una autobiografía; a lo largo de su vida escribiría otros seis textos autobiográficos. Todavía no lo he leído, pero sí me encanta la sonoridad del título. Además, investigando más al respecto, di con un artículo escrito por su editora inglesa, quien recuerda cuando publicaron I know… en Inglaterra y la impresionante entrevista que dio Maya después: “Fue una entrevista conmovedora, audaz, y Maya habló de la parte del libro donde es violada a los ocho años y cómo ella quedó muda hasta que la literatura la persuadió de regreso al habla” (Lennie Goodings en The Guardian). Sabiendo eso, me doy cuenta de que la lectura debe ser tranquila, no apurada, por lo cual me tomaré mi tiempo.

El segundo texto que saqué es Phenomenal woman, un pequeño y hermoso libro. Es pequeño de formato, pero también porque contiene tan solo cuatro poemas, cuyo punto de unión es la “celebración de la mujer”; lo entrecomillo porque así dice el subtítulo: Four poems celebrating women. Como objeto es delicadísimo: la tapa tiene grabadas en cuño seco las iniciales de la autora y, bajo ellas, un diseño de grecas que se repite en las páginas interiores, aunque esta vez impresas. Tanto el papel de la edición como la tipografía escogida son especiales; el papel es texturado y de alto gramaje y la fuente se llama Bembo, que tiene su origen en una tipografía de finales del siglo XV. Me gusta el cuidado puesto en la edición, porque el contenido, esos cuatro poemas, son impresionantes.

El poemario comienza con “Phenomenal woman” e incluye también: “Still I rise”, “Weekend glory” y “Our grandmothers”. Son poemas íntimos, personales, con un yo poético orgulloso de ser la mujer que es, de sus ancestros y que tiene una conciencia clarísima del pasado terrible, de esclavitud y violencia, del que surgió. Pero se trata, asimismo, de un pasado que no pudo con ella:

Leaving behind nights of terror and fear

I rise

Into a daybreak that’s wondrously clear

I rise

Bringing the gifts that my ancestors gave,

I am the dream and the hope of the slave.

I rise

I rise

I rise (9).

La voz lírica de estos poemas habla desde su propia experiencia; es un yo que habla, además, por las otras mujeres que han compartido su historia. En el último poema, el yo se transforma en un ella, por cuanto nos presentará directamente a los ancestros de los que ha venido hablando en los versos previos: las abuelas. Las historias son más que conmovedoras, remecen, en especial porque no vienen edulcoradas. La hablante no vacila cuando habla de esas mujeres abusadas y esclavizadas en las plantaciones del sur de Estados Unidos ni cuando habla de las pocas opciones que deja la pobreza o cuando nombra los crueles términos con los que se las quiere vejar no solo físicamente, sino espiritualmente.

Y sin embargo, estos poemas son efectivamente una celebración de estas mujeres fenomenales, que, a pesar de todo, permanecen de pie, orgullosas, abiertas al futuro y la esperanza. En ese sentido, el ritmo musical, las rimas consonantes, hacen que los versos vibren, que fluyan, llenos de vida. El texto que le da nombre al poemario habla desde el yo, cuatro estrofas en que la hablante explica dónde radica su secreto, qué la hace fenomenal. En cada estrofa repite un mismo modelo: la gente, los hombres, las mujeres, se preguntan qué la hace especial. Luego ella enumera esas cualidades para terminar reafirmando que es una mujer fenomenal. A continuación, un extracto:

I say,

It’s the fire in my eyes,

And the flash of my teeth,

The swing in my waist,

And the joy in my feet,

I’m a woman

Phenomenal woman,

That’s me (4).

Y aunque son experiencias tan precisas de un grupo social y racial, Maya Angelou apela también a un grupo genérico, a las mujeres, a una hermandad. Sus versos invitan, suman y una se siente reflejada, si no en la experiencia real, sí en la fuerza de espíritu de la que rebosa.

“Las pulsaciones de la derrota” de Damaris Calderón

Las pulsaciones de la derrota, de Damaris Calderón

Las pulsaciones de la derrota, de Damaris Calderón

Este poemario de Damaris Calderón me ha dejado pensando en la palabra pulsaciones, es decir, los latidos producidos por la sangre que corre por las venas. La derrota, entonces, no es algo sencillo, sino que interfiere con la vida, con los latidos de nuestro corazón, se mantiene viva si no logra ser acallada y la forma de acallarla no es simplemente dar vuelta la página u olvidar, porque a pesar del tiempo las pulsaciones pueden seguir vivas. Calderón comienza el poema del mismo nombre de la siguiente manera: “Ella: ________” (90), como diciendo que ahí es donde debemos poner un nombre, tal vez el nuestro o el de mujeres que conocemos. Ella está contando una historia que se reactualiza en nuevas derrotas, nuevos sufrimientos.

El ser humano, y la mujer, ya que hay una clara conciencia de género en sus versos, es frágil, vulnerable, el mundo más allá del cuerpo propio es agresivo; sin embargo, permanece “El fiero rostro no domado” (91). En el poemario hay tanto trazas de la derrota como del levantarse de nuevo. Las primeras se observan en las mujeres que avanzan de espaldas y en la idea de desaparecer que recorre las páginas: que una desaparezca hasta que no quede recuerdo alguno, sino que todo haya sido borrado. Pero al mismo tiempo la hablante sacraliza a los derrotados, los pequeños gestos cotidianos. Así propone la figura de Pedro, quien, aunque negó tres veces, se convirtió en piedra de la iglesia.

Estas ideas son recogidas, en general, desde lo mínimo, poemas de versos cortos, en que el espacio vacío de la página se hace patente y puede ser leído también como aquello borrado. Es en esos versos cortados, separados, aislados, en los que Calderón logra una mayor tensión con la idea de la pulsación, la derrota y el desaparecer. En otros casos, alcanza casi un nivel de narratividad, en que las estrofas se convierten más bien en párrafos. En estos párrafos encontramos una voz que parece más propia, en el sentido de que pareciera que la hablante (¿o deberíamos decir la narradora?) está hablando más sobre sí misma, casi en forma de manifiesto, que sobre las pulsaciones de una derrota compartida desde antes de que este fuera Chile.

Calderón Campos, Damaris. Las pulsaciones de la derrota. Santiago: LOM Ediciones, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Nota: Damaris Calderón ganó recientemente el Premio Altazor por su poemario Las pulsaciones de la derrota.

Reflexiones y humor al estilo Monterroso

El paraíso imperfecto. Antología tímida de Augusto Monterroso.

El paraíso imperfecto. Antología tímida de Augusto Monterroso.

Debe haber sido en mi época universitaria cuando leí el famoso cuento de Augusto Monterroso (1921-2003) “El Zorro es más sabio”. Más que cuento es una fábula. El Zorro ha decidido escribir un libro, lo publica y es un éxito de lectores y crítica. Escribe un segundo, incluso mejor que el primero. Definitivamente hay demanda por un tercero, pero pasan los años y el Zorro no escribe. “El Zorro no lo decía, pero pensaba: ‘En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer’. Y no lo hizo” (62). Ese relato está dando vueltas en mi cabeza de forma constante: a veces aparece cuando escribo una reseña, y otras cuando leo un nuevo libro de un autor que ha estado ausente por muchos años. Es un relato divertido y bien escrito, pero siempre me hace pensar. Eso es lo que sucede con gran parte de los textos de este autor guatemalteco, incluidos en El Paraíso imperfecto. Antología tímida, que se lanzó este año para conmemorar los diez años que han pasado desde su fallecimiento.

Entiendo lo de antología tímida, porque es un libro pequeño, que repasa una extensa bibliografía de Monterroso en unos sesenta escritos, entre fábulas, ensayos y microcuentos. El libro no incluye prólogo ni los textos están catalogados en capítulos, sino que se trata de una sucesión de escritos en que simplemente la lectura se va deslizando tranquila. La mayor parte de los escritos son breves, algunos brevísimos, un par de párrafos o unas cuantas líneas. El tema que ronda tanto en cuentos como en ensayos es la literatura desde alguna perspectiva: el oficio de escritor, la lectura, los libros, las traducciones, los escritores… En “Llorar orillas del río Mapocho”, recuerda cuando llegó exiliado a Chile en 1954 y el consejo que recibió de José Santos González Vera, refrendado por Manuel Rojas y Pablo Neruda. También reflexiona en torno al humorismo: “Excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico” (100), que bien podría tomarse como una sentencia atrevida para un escritor que llena de humor sus oraciones.

Gocé leyendo “Sobre la traducción de algunos títulos”, en que Monterroso analiza algunos ejemplos como La importancia de llamarse Ernesto  de Oscar Wilde y Otra vuelta de tuerca de Henry James. Sobre el primero dice: “Traducir The Importance of Being Earnest  por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde” (147). Y con respecto al segundo señala que The Turn of the Screw significa “‘forzar a alguien a hacer algo’, coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry James?” (148).

El Paraíso imperfecto es una buena primera aproximación a la escritura de Monterroso, permite saborear su pluma en distintos tipos de escritos, que siempre rondan lo personal, a tal punto que a veces no queda claro si se trata de un ensayo o de un cuento. Además, creo que la falta de una guía de lectura, llama a investigar, a buscar los volúmenes originales, o simplemente sentarse a disfrutar.

 

Monterroso, Augusto. El Paraíso imperfecto. Antología tímida. Buenos Aires: Debolsillo, 2013.

Esta reseña apareció originalmente en el sitio web del Diario Publimetro, donde tengo una columna de libros semanal.

Y si sienten curiosidad, también escribí sobre dos ensayos de Monterroso, “Novelas sobre dictadores (1)” y “Novelas sobre dictadores (2)”. Pueden leerlo haciendo clic AQUÍ.

Cosas que pasan, de Michel Bonnefoy: Presentación en cuatro episodios

 

Portada de Cosas que pasan, de Michel Bonnefoy

Portada de Cosas que pasan, de Michel Bonnefoy

Este es el texto que leí en la presentación del libro de cuentos Cosas que pasan de Michel Bonnefoy, el que fue lanzado el pasado 13 de mayo en la sala Teatrocinema.

Episodio 1: “Mi bisabuelo no es mentiroso pero considera que en la verdad caben las omisiones y las adaptaciones cuando se trata de recordar el pasado […]” (7).  “Mi bisabuelo” es el primero de los diez cuentos que conforman Cosas que pasan. Cuando se avanza en la lectura del libro, nos damos cuenta de que este primer relato es diferente; la narración tiene otro tono, en parte porque está mediada por este bisnieto que a veces acepta y otras cuestiona las memorias que el anciano trae del pasado; un descendiente que trata de dilucidar qué hay de verdad en la historia del bisabuelo ruso: su partida y su llegada fortuita al sur de Chile, en medio de omisiones y esfuerzos por ser testigo de acontecimientos impactantes, aunque las fechas no cuadren. En cambio, los siguientes cuentos hablarán desde el yo –unos femeninos, otros masculinos-, tratando de reconstruir sus propias historias. Sin embargo, el relato del bisabuelo o, más bien, la forma de recordar y narrar que tiene el bisabuelo nos dispone a leer los recuerdos de los otros cuentos teniendo presente que recordar es recrear momentos guardados en la memoria: al sacarlos afuera se convierten irremediablemente en una ficción, en un relato, porque comunicar aquello que alguna vez pasó ya no es posible.

Ricoeur escribió: “La amenaza permanente de confusión entre rememoración e imaginación, que resulta de este devenir imagen del recuerdo, afecta a la ambición de fidelidad en la que se resume la función veritativa de la memoria. Y sin embargo…

Y, sin embargo, no tenemos nada mejor que la memoria para garantizar que algo ocurrió antes de que nos formásenos el recuerdo de ello” (La memoria, la historia, el olvido 22-23). Pero, ¿es eso lo que buscamos al recordar? ¿Anotar una verdad? ¿Por qué es una amenaza la imaginación cuando el recuerdo es el de un momento íntimo, privado? Porque relatar nuestra historia no es hablar de una serie de sucesos como si se tratara de una minuta higiénica, sino que el yo de esas narraciones articula –por usar un término de Sylvia Molloy- esos sucesos en una narración que es propia y en la que, de hecho, se expone, de la misma manera que lo hacía el bisabuelo, a que alguien dude de los detalles, de lo que se vio, de lo que se dijo, de lo que se fue protagonista y de lo que se fue testigo. En ese sentido, la historia del bisabuelo se me fue presentando como una invitación en muchos niveles; algunos de ellos: reconocer cómo yo misma reconstruyo historias de infancia que ya no sé si son recuerdos propios o si se trata de recuerdos impresos en mi mente como consecuencia del continuo relato de padres y abuelos; y es también una invitación a leer sin prejuicios, a no juzgar cuando el narrador inventa nombres, situaciones, gustos.

El último párrafo del cuento “El bisabuelo” nos relata brevemente cómo este hombre que no hablaba el español y que quedó varado en Puerto Montt, encontró trabajo reparando el techo de un cura. Gracias a eso –asegura el bisabuelo- aprendió un oficio –no el de reparador de techos, sino el de ebanista- y encontró un amor: la sobrina del cura, la futura bisabuela del narrador, “por ella no volvió a embarcarse. Eso debe ser verdad porque mi bisabuela se sonroja cuando escucha esa parte” (12), nos dice el bisnieto. Y allí este cuento nos da otra guía, porque el resto de los relatos de Cosas que pasan son relatos de amor: en tiempos difíciles –dictadura, clandestinidad, exilio-, pero al fin y al cabo historias de amor: sus detalles podrán estar afectos a la tal amenaza de la imaginación, pero esa pequeña mención del romance del bisabuelo nos enseña que, en medio de las omisiones y las adaptaciones, lo relativo al amor “debe ser verdad”.

Esto me lleva al:

Episodio 2: la memoria que hay en estos cuentos es una memoria herida, marcada por el trauma, un trauma insalvable en la enunciación: el presente no puede olvidar que el 11 de septiembre de 1973 hubo un golpe de Estado que más que cambiar un país y a su gente, lo agrietó de manera irrevocable. Los personajes de Cosas que pasan tienen conciencia de ello y algunos incluso lo explicitarán. Así en el cuento “Mala suerte”, el narrador nos anuncia que su recuerdo tuvo lugar “poco después del golpe de Estado que encabezó Augusto Pinochet” y luego, entre paréntesis, nos advierte: “(me permito este pequeño alcance histórico porque la dictadura tiene un rol protagónico en este cuento y los años transcurridos podrían haber borrado el pasado en algunos lectores amnésicos)” (13).  Por supuesto que habrá lectores amnésicos; recordemos lo que propone al respecto el argentino Hugo Vezzetti: tres formas de memoria, una que solo quiere dar vuelta la página; otra en que no hay distanciamiento alguno, el pasado sigue siendo presente; y una memoria que busca reflexionar acerca de lo que pasó. Los personajes –o gran parte de ellos- de Cosas que pasan no quieren dar vuelta la página y tienen conciencia de que no es posible retomar el pasado, sus acontecimientos no quedaron suspendidos; pero el quiebre, la herida, requiere que de alguna u otra manera se cuenten aquellos relatos que no ocupan un lugar en los textos de historia y en las memorias oficiales.

Las historias de amor parten de encuentros casuales: un cruce de miradas en el paradero de micros o en un recital en un parque; o bien, una cita a ciegas. Todos ellos son posibilidad, una posibilidad de diluirse tan imperceptiblemente como se gestó o posibilidad de redundar en algo más, algo que se mantendrá en el tiempo, que podrá seguir formando nuevos recuerdos. Lo que sucede con estos amores es que algo se interpone entre ellos: una detención, una desaparición, el exilio, incluso estar en veredas políticas contrarias. Ante situaciones como el toque de queda, las vigilancias, la clandestinidad, los relatos nos presentan a personajes que insisten en el amor, porque saben que la única manera de sobrevivir es dándole un lugar a la posibilidad, es decir, al futuro. En “Malentendido” el narrador recuerda: “Les conté [a sus amigos] cada detalle de mi encuentro con Verónica […], insistiendo en el azar que nos había reunido y las circunstancias que presagiaban algo más que una aventura pasajera” (84): el ansia de lo que puede llegar a ser. Pero no solo es futuro, sino algo que se concreta en el presente; el amor entonces es un refugio: protege de la soledad, del dolor, del miedo, de la posibilidad de que en el futuro (a veces demasiado cercano) todo se destruya de forma implacable.

Y para nosotros, lectoras y lectores, una interpelación a que no demos vuelta la página.

Ante la violencia desplegada, la memoria se vuelve necesaria para rearmar esos breves pero intensos episodios amorosos; una forma de hacerle justicia a las historias que quedaron inconclusas, a las personas que fueron lastimadas, a la eliminación del amor.

 

Episodio 3: la vida en el otro lado

Los cuentos, en general, nos muestran historias sobre chilenos expatriados; sus historias fuera de casa y también esos vívidos e íntimos recuerdos de amor que se llevaron consigo al exilio. El caso del bisabuelo es distinto: un expatriado que convirtió a Chile en su nuevo hogar. Esta historia nos muestra que es posible crear vínculos en un nuevo lugar; según el bisabuelo, de hecho, en un año ya había olvidado cuál era su verdadera procedencia. El bisnieto, por supuesto, no le cree; yo también creo que miente, pero hay una verdad profunda ahí: para echar raíces en un nuevo lugar, hay que “olvidarse” del lugar de origen.  En Canción en el sombrero, el texto autobiográfico de Horacio Salinas de Inti-Illimani, el músico relata que después de ocho años de exilio en Italia, seguían pensando en ello como algo provisorio, como si estuvieran de paso. Pero en un momento ese estar de paso quedó en evidencia: “Ya no podíamos mantener nuestras maletas alertas para el regreso y había que pensar en acomodar la casa, quitarle lo provisorio” (116). Nuevamente nos encontramos con el amor: un bisabuelo que decide olvidar si era ruso, ucraniano o moldavo; un hombre que se debate entre regresar a Chile o formar una familia en el nuevo país, pasar de lo temporal a lo indefinido. La reflexión es inevitable: el que parte al exilio se ve obligado a renunciar a muchas cosas, pero el que decide convertir el país que lo acoge en algo permanente, también debe renunciar. Por eso, no hay una sola decisión ni un solo camino posible, como nos muestran estos cuentos: aunque el contexto político sea similar para todos, la forma de experimentarlo en la intimidad, en lo personal, será único para cada individuo, como lo es para cada uno de los personajes que llegamos a conocer en estos relatos.

Y porque cada camino es único y personal, finalmente llego al Episodio 4, que es la lectura que harán ustedes de estos cuentos; cada uno sabrá cuáles son sus omisiones y adaptaciones.

Bonnefoy, Michel. Cosas que pasan. Santiago: Ceibo Ediciones, 2014.

Mi vida como lectora

Portada de Una lectora nada común, de Alan Bennett

Portada de Una lectora nada común, de Alan Bennett

Leí Una lectora nada común en 2011. Todavía no tenía este blog, pero cuando terminé el libro, incluso antes, cuando avanzaba en la lectura, sentía el deseo de escribir al respecto. De más está decir que lo disfruté mucho, por variadas razones: lo inesperado de la lectora (no le había prestado real atención a la portada del libro); la historia en general; los comentarios del narrador; y, claro, el final. Es un libro ágil, divertido, conmovedor, también. Admito que me gusta mucho un libro que me haga reír (a veces a carcajadas) y que me estremezca. Además me parecía que podía relacionarme con el texto, que hablaba mucho de mí misma.

El libro, escrito por Alan Bennett, relata la transición de una mujer desde su condición de no lectora a la de lectora voraz. Esa mujer no es otra que la reina Isabel II de Inglaterra, que persiguiendo a sus inquietos corgis (“unos esnobs” [8]) termina cruzándose con la biblioteca ambulante del municipio de Westminster. Al entrar a la camioneta-biblioteca la reina no tiene intención de pedir prestado un libro, pero se siente obligada por la situación. “Ella aún no había resuelto su problema, porque sabía que si se marchaba con las manos vacías el señor Hutchings pensaría que la biblioteca era algo deficiente” (12). El señor Hutchings es el conductor-bibliotecario, pero también está la presencia de Norman, un joven que trabaja en la cocina de Buckingham y que está pidiendo un libro sobre Cecil Beaton mientras la reina está ahí. Finalmente la reina decide llevarse una novela de Ivy Compton-Burnett, a la que ella nombró Dame. Es un libro difícil de leer, pero ella llega hasta el final, ni siquiera se lo cuestiona: “Cuando empezamos un libro lo terminamos. Nos han educado así” (15). Ojo, con el plural mayestático.

Lo que viene después es una historia de amor, cómo la reina se enamora de la lectura y termina los libros no porque sea el comportamiento ideal, sino porque se abren mundos, se aprende, se siente placer. Al poco andar, se ponen en voz de este personaje real las siguientes palabras: “[…] pero aleccionar no es leer. De hecho, es la antítesis de la lectura. Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre” (25). Así, en pocas líneas una idea que yo ya sabía, que leer nunca termina, que un libro lleva a otro y así sucesivamente; que está bien no saber sobre algo, porque se lo puede conocer o aprender leyendo; pero que esa lectura no está destinada a ser el mejor de la clase, porque es incitante, atrevida, a veces derechamente loca.

Una lectora nada común, en todo caso, no es solo sobre el placer de leer. ¿Por qué tomar a un personaje de la realeza, cuestionado por su lugar y su razón de ser? ¿Hay una “lección” en esto? Creo que la palabra lección no se ajusta a este libro, porque no apela a que nos aprendamos la lección, de memoria, repitiendo luego algunas de las ideas que hemos retenido. Más bien, es una fábula, la de cómo una reina replantea su cargo y visión de mundo, porque aprende a leer y deja atrás el aleccionamiento que le había enseñado a comportarse, pero a mantener su vista fija. También me hace cavilar  acerca de la promoción de la lectura, que con esas palabras suena casi lejano, pero es relevante que los integrantes de una sociedad aprendan no a leer solamente, sino a pensar, que es más que juntar las letras y sílabas y aprender sus sonidos.

Yo no recuerdo que una lectura en especial me abriera el mundo. Los libros siempre estuvieron ahí en casa, con un llamativo letrero de “Léeme”. Por eso cuando nació mi hijo nunca le dije que no cuando quería tomar un libro, quería que fueran una invitación y no un ítem prohibido o “solo para adultos”. Como en el caso de la lectora de Bennett, lo mío ha sido una relación de largo aliento, un amor tan grande, que ahora paso todos los días imbuida en ella, ya sea por placer, ya sea por trabajo. Como en el libro, la lectura le abre un lugar a la escritura; una sabrá qué clase de escritura es la que tiene lugar.

Bennett, Alan. Una lectora nada común. Barcelona: Anagrama, 2008.